Lee don Marcelino, recostado en su estatua de piedra, en el
vestíbulo de la Biblioteca Nacional. A sus pies los guardias de seguridad me
ojean los papeles. Saludo a don Marcelino. Naturalmente nunca me responde…
Me entero que esta mañana, en el parque del Retiro, cerca de
la Avenida que lleva su nombre - yo
siempre tomo el metro, precisamente, en Menéndez Pelayo cuando voy al Archivo
Franciscano - por poco se lía…
Ha caído un pino
piñonero. Estaba junto a los jardines de Cecilio Rodríguez. El periódico
informa del diámetro del tronco, de la envergadura de copa. Usera, Villaverde,
Ayala, Recoletos, Entrevías…¿y van?
Caen los árboles, y - ¡oh destino! éste estaba cerca del
Colegio Oficial de Ingenieros Forestales o algo parecido. Dicen que no saben
por qué caen tantos árboles en Madrid. Lo achacan a problemas radiculares. Culpan
al agua del riego, al Ayuntamiento…
Escribió Alejandro Casona una obra de teatro fantástica
(todas las obras de teatro son fantásticas y, las de Casona, más): “Los árboles
mueren de pie”. Era el enredo de la ilusión mantenida, de otra realidad; era
esa chispa que nos hace ver la vida aunque sabemos que no es así… Era también
algo del mensaje de Casona: el más allá ¿qué puede haber en el más allá?
Hace unos días, el Maestro Barbeito contaba cómo un
motosierra (seguro que tiene una marca con nombre sueco de difícil
pronunciación) se las había arreglado para llevarse por delante los plátanos orientales
de no sé qué Avenida en Sevilla.
Se me subió la sangre a la garganta y le comenté que ojalá
haya infierno y que ojalá en él ardan todos estos socios de Satanás que la
emprenden contra los árboles. Quizá me pasé. Se lo dije. Si se podan, los
árboles rebrotan a la vida y con más vida; si se talan…
Alberto Cortez compuso: “Mi árbol y yo” Cuenta como, ambos
dos, el muchacho y el árbol se reencuentran tras haber andado los caminos
de la vida… Mitad y mitad juntas, sombra y recuerdos, ausencia y
presencia: “mi árbol y yo”. Yo me quedo con él ¿Y, usted?
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