viernes, 26 de septiembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tarde de otoño

                                   

Me preguntaba, esta mañana, mi entrañable José María, desde una orilla lejana del mar de Ulises, qué hacia dónde apuntaba la veleta de la Veracruz… No ha llovido. Hasta ahora, cuando escribo estas líneas, cielo entoldado, airecillo lloveó… Una tarde propia para ojear libros.

Marisa me pedía una relación de libros que hayan marcado parte de mi vida. Marisa siempre, busca cosas que nos cogen  en fuera de juego. Es difícil, muy difícil pronunciarse. Cuando dejé el Capitán Trueno y el Jabato supe, por aquellos tebeos, que las nórdicas, además de rubias, tenían los ojos azules y eran guapísimas.

Me acerco al anaquel. Donde están ellos. Sobre la mesa dejo dos: los miro, los remiro, entorno los ojos, los abro al azar. Homero Macauley, en Ithaca, California, sigue llevando telegramas. No dicen cosas buenas. Seguimos en guerra. Ahora se las anda - la guerra - por lugares de arenas ardientes y embauca a hombre que han perdido la cabeza. El libro: La Comedia Humana, William Saroyan.

Heminway ya no va a La Habana, ni fuma puros, ni bebe ron. Hace mucho tiempo que cambió el burladero de Pamplona por otro con una visión más amplia. Siguen cálidas las aguas del Caribe; alimenta ciclones. Rema, por allí otro viejo, como aquel “que pescaba solo en un bote en la corriente del Golfo y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez…” El Viejo y el mar. Ernest Hemigway.

El muchacho, el que se identificaba con aquel otro muchacho que  quería pescar con el Viejo y, que otras noches, pedaleaba junto Homero Macauley, en otra bicicleta, cruzando por entre la niebla, dejó de ser muchacho.


Pensó en otros muchachos de aquella hornada. Otros telegramas anunciaron… ya se sabe. Y, recordó aquel tren que subía lento, otras tardes de otoño como ésta. Silbaba cuando se acercaba al paso a nivel y cuando remontaba la ‘Cuesta del Cajero’. En aquel tren no viajaba ningún negro que saludase, agitando la mano… Ya ves, José María, esta tarde no ha querido llover. ¡Con lo que necesitamos la lluvia! 

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