Me preguntaba, esta mañana, mi entrañable José María, desde
una orilla lejana del mar de Ulises, qué hacia dónde apuntaba la veleta de la
Veracruz… No ha llovido. Hasta ahora, cuando escribo estas líneas, cielo
entoldado, airecillo lloveó… Una tarde propia para ojear libros.
Marisa me pedía una relación de libros que hayan marcado
parte de mi vida. Marisa siempre, busca cosas que nos cogen en fuera de juego. Es difícil, muy difícil
pronunciarse. Cuando dejé el Capitán Trueno y el Jabato supe, por aquellos
tebeos, que las nórdicas, además de rubias, tenían los ojos azules y eran
guapísimas.
Me acerco al anaquel. Donde están ellos. Sobre la mesa dejo
dos: los miro, los remiro, entorno los ojos, los abro al azar. Homero Macauley,
en Ithaca, California, sigue llevando telegramas. No dicen cosas buenas.
Seguimos en guerra. Ahora se las anda - la guerra - por lugares de arenas
ardientes y embauca a hombre que han perdido la cabeza. El libro: La Comedia
Humana, William Saroyan.
Heminway ya no va a La Habana, ni fuma puros, ni bebe ron. Hace
mucho tiempo que cambió el burladero de Pamplona por otro con una visión más
amplia. Siguen cálidas las aguas del Caribe; alimenta ciclones. Rema, por allí
otro viejo, como aquel “que pescaba solo en un bote en la corriente del Golfo y
hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez…” El Viejo y el mar. Ernest
Hemigway.
El muchacho, el que se identificaba con aquel otro muchacho que quería pescar con el Viejo y, que otras
noches, pedaleaba junto Homero Macauley, en otra bicicleta, cruzando por entre
la niebla, dejó de ser muchacho.
Pensó en otros muchachos de aquella hornada. Otros telegramas
anunciaron… ya se sabe. Y, recordó aquel tren que subía lento, otras tardes de
otoño como ésta. Silbaba cuando se acercaba al paso a nivel y cuando remontaba
la ‘Cuesta del Cajero’. En aquel tren no viajaba ningún negro que saludase,
agitando la mano… Ya ves, José María, esta tarde no ha querido llover. ¡Con lo
que necesitamos la lluvia!
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