Las imágenes son crueles. No gustan. No pueden gustar esas
cosas. La tradición, a veces, hay que guardarla para el recuerdo y no
repetirla. El animal no tiene culpa. Eso no es poesía; eso, no es arte. Eso es
el hombre de la caverna que sale de vez en cuando. Los que amamos al animal más
bello, más totémico y más soberbio de la creación no secundamos esas barbaries.
Hay otras lanzadas. Una, la más sonada, la dio un centurión
romano en Viernes Santo. Dicen que se había cubierto el cielo de tinieblas. La
tarde era de impotencia y tragedia. Un condenado a muerte de cruz acababa de
morir. De su costado salió, al dar la lanzada, algo sanguinolento… y feo.
Se dan, últimamente, lanzadas con mucha ‘generosidad’ en
España. Los últimos días están empachados de muestras. No sólo al toro de
Tordesillas que se ha aireado por medio mundo y parte del otro, y que este año,
que se sepa, ha terminado a pedradas entre dos bandos.
La muerte ha segado dos vidas de hombres mayores, conocidos,
con expedientes profesionales muy densos, con una presencia importantísima en
la vida económica de la sociedad de consumo. Hay una cuadrilla de centuriones a
lanzada abierta contra ellos, contra lo que suponen y contra todo lo que
se mueve.
No soy quien para juzgar sus trayectorias. Sólo me pregunto
y siento pena ¿qué sociedad hemos hecho? ¿A dónde vamos? Si ni siquiera se
respeta al presunto ‘enemigo’ muerto… Veo gente joven, muy joven que traspira
sudor y odio, resentimiento y unos modales…¿Será ese deporte nacional que
llaman envidia?
Los mecanismos de estas grandes empresas no tienen corazón.
Andan solos. Todo está programado, todo sucede como tiene que hacerlo. Todo
está marcado por su tiempo. Nada ni nadie los para. Hay que analizar, ahora
cuando lleguen las tardes doradas que invitan a recogimiento mucho de lo
escrito y dicho. A lo mejor aparecen sorpresas…
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