Vino a media mañana. Cielo entolado, nubes de poniente, unos
goterones, y después…, un algo más, pero no mucho. Sin llegar a lluvia. Hace
falta pero como no está el patio para dispendios tirando el agua por las
canales y se fue para otros lares.
Los pajotes de los
nidos de los gorriones tienen atascados los bajantes. Los tomaron por suyos y,
como nadie los ha molestado durante el verano, pues luego pasa lo que pasa. Se asustaron cuando
vieron como corrían, por entre las tejas, pequeños riachuelos de agua.
“Esto es oro, oro lo que viene del cielo”. Lo decía un viejo
en el bar. Humeaba el café con leche. Subían hacia no sé qué alturas las
ilusiones y las esperanzas. Todo duró poco, muy poco. Vamos que al rato ya
estaba seco el suelo.
Al medio día vino otro apretón. Jugaron, luego, al escondite
las nubes con el azul del cielo. Se escondían unas; aparecía, el otro. Así un
rato. Se escurrían las nubes por la Sierra del Valle, por El Torcal. Iban
camino de Granada. Y la gente miraba la información que daban los hombres del
tiempo.
Por media España cae otro aguacero. No me refiero al
meteorológico, claro. A ese ni le importan los políticos, ni los ex, ni los que
mandan, ni los que aspiran al cargo. La parte de España que pensaba que los
puntos cardinales eran cuatro está confundida. En este batiburrillo que se ha formado no sabe ni Dios qué hora es.
No cae sobre España precisamente el aguacero esperado que
preludia cambio de tiempo y hace que nazca la otoñada. Cae otra cosa. Dicen que
sobre Sodoma bajó del cielo fuego, otros que si era azufre o vaya usted a
saber. ¿Sabe alguien que es lo que cae sobre esta sociedad de nuestros días?
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