En 1924, Soutullo y Vert estrenaron en el Apolo de Madrid la
Zarzuela de ese nombre. No pensaron que, años después, sería emblema de música
enchida de ternura y de romanticismo; tampoco, intuirían que un grupo,
Mocedades, ayudaría mucho a su difusión, aunque con un título menos sugestivo:
“Amor de hombre”…
Fue más cruel la ranchera; fue más lejos Chavela Varga: “en
el tren de la ausencia me voy / mi boleto no tiene regreso / lo quieras de mi
te lo doy / pero no te devuelvo tus besos”. Y hablaba también, con voz
aguardentosa de tequila y ron, de nubes
llevadas por el viento, de rabia y gotas resecadas…
Desde el istmo de Tehuantepec en Oxaca en México vino
aquella canción lastimera y triste. La cantó el mundo entero: “Dos besos llevo
en el alma, llorona/ que no se apartan de mí, / el último de mi madre / y el
primero que te dí”.
Desconozco la veracidad de la anécdota. Dicen de Jorge
Negrete que oscureció la visita de Fleming a Madrid. Coinciden,, en la llegada
a la estación y la gente que le debía tanto a la penicilina no conocía a su
descubridor. La multitud se va, casi en volandas con quien cantaba aquellos de:
“un beso de tus labios me provoca / por uno de tus besos moriría…” ¿Hay quién
dé más?
Uno de los pasajes tétricos, símbolo de la traición, tiene
muy pocas palabras y una pregunta sin respuestas. “¿Con un beso entregas la
Hijo del Hombre”. Caía la noche cerrada sobre Getsemaní; flotaban hálitos de
tragedia; la brisa de Nisan movía los tallos de los olivos.
Dicen que el beso es la correa de transmisión que va de un
alma a otra; que es algo único al que solo supera el suspiro. No sé si fue como
consecuencia del desencanto de Noviercas. Lo elevó a sublime Bécquer: “por una
mirada, un mundo; / por una sonrisa, un cielo; por un beso… yo no sé qué te
diera por un beso”.
PD. Si alguien tiene la tentación de escuchar, cuando llegue
al final de la lectura, cualquiera de las piezas citadas…; si además, lee a
Bécquer, miel sobre hojuelas.
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