La chica cruzaba por debajo de los árboles del parque. El
paseo era largo y casi no se divisaba el final.
La lluvia caída durante la noche lo había sembrado de hojas secas. El
viento las arrastraba, alocadamente, de un lugar a otro y, de vez en cuando,
caían algunas gotas perdidas en la copas de los árboles.
Un amigo le había recomendado: escucha, cuando puedas, a
Gloria Lasso, en ‘Luna de miel’. La
chica, que era muy joven, no sabía ni quien era Gloria Lasso, ni Rafael de
Penagos que había escrito la letra, ni Mikis Theodorakis que había compuesto la
música. Caminaba, ligera, bajo la arboleda del parque y pisaba las hojas secas.
La chica tenía unos ojos preciosos, unos cabellos negros
largos y finos que casi le sobrepasaban los hombros y una contractura muscular
en el cuello que le hacía sentir dolor en todo el cuerpo. Por su cabeza rondaba
aquel comienzo de la canción: “nunca
sabré cómo tu alma, ha encendido mi
noche…”
Se cruzó con gente que iba y venía. Hombres con corbata y
enchaquetados, mujeres con prisa, algunos estudiantes camino de la Facultad,
que estaba un poco más allá, sólo un poco más allá, al otro lado de la
arboleda.
Era temprano. El día se abría con un montón de problemas que
aguardaban. En su mente aparecía, de pronto, como un resorte que no se llama,
otra vez la letra y la voz maravillosa de aquella otra mujer, Gloria Lasso: “nunca sabré el milagro de amor, que ha
nacido por ti…”
En la mediación de parque, el quiosquero levantaba las
compuertas que servían de ventanucos, rompía el silencio y procuraba vaciar el
agua acumulada en las lonas de los toldos. Dentro de un rato, cuando al parque
llegasen los turistas se acercarían como clientes.
La chica veía al quiosquero todos los días, casi sin
saludarse, se decían algo en silencio… La chica pensó: a mí, también, me han
roto; tendré que recomponerme porque: “nunca
sabré en qué viento llegó este querer”. Cuando llegó al final del paseo,
giró, cruzó el semáforo y se perdió entre la gente que iba y venía.