Ha sido la primera de la temporada. Brillaba el campo cuando
el sol se levantó un par de palmos por encima de los Cerros de Virote. Todo
estaba chorreando y quieto. Se echó, anoche temprano, el aire, y la yerba se ha
puesto la mantilla nácar. Ofrece, generosa, un rocío precioso y blanco. La
escarcha mala, dice la gente del campo, es la negra.
El refranero, para estas fechas, habla de nieve en las
cumbres. “Por los Santos, nieve en los altos”. No es el caso. El verano largo
que tiene un brazo que parece que no toca el fondo, no se va. Sólo refresca algo en los extremos
del día, cuando despunta el sol o al atardecer.
Miguel Hernández vio una escarcha diferente: “La cebolla es
escarcha / cerrada y pobre: / escarcha de tus días y de mis noches…” Era otra
España. Mucho dolor y más incomprensión. De ajustes de cuentas donde el rencor
parecía que estaba, siempre, un peldaño más alto que la Justicia.
Blanca como la escarcha es la leche… ¿se acuerdan?, en el
mismo poema: “una mujer morena / resuelta en luna / se derrama hilo a hilo /
sobre la cuna…” Pedía Miguel al niño que no despertase, nunca, de serlo. Él que
sí había despertado saboreaba una escarcha fría que helaba el corazón.
Día de crisantemos y flores; idas y venidas, comercio en
muchos sitios y corazones helados que llorarán en la escarcha de su soledad.
Pero me voy – me quiero ir – con Antonio García Barbeito y asomarme a los olivares “cuando la
yerba de los vallados viste aún su toca de escarcha”.
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