Cada día, como una hora antes de que abra el banco, esperan
a la puerta. Se saludan, se hablan entre ellos, ocupan los asientos disponibles
en la losa de hormigón que el Ayuntamiento colocó para descanso de transeúntes…Y,
tosen y pregonan bronquitis enquistadas desde hace años por mor del tabaco.
Llegan, unos antes; otros, con el tiempo en los talones,
-los talones de los pies, los otros, no- los empleados. Caras de sueño;
fruncido el seño. Como con mal humor. Como quien va a disgusto desde casi antes
que apunte el día. Se adentran en la oficina.
Sigue la espera. Son
los mismos de cada mañana. Si vienen antes parece que su problema tendrá la
solución con más prontitud. Cuando abran las puertas de cristales entrarán con
prisa. Casi se empujan. ¿Se acabará el dinero? Preguntan si les ingresaron el
subsidio, si le vino lo que tenía que venir, si… Su esperanza, ¡ay, su
esperanza! Cuando salen se va con ellos.
Descarga Jesús el furgón de fruta; de la panadería salen las
bolsas que huelen a pan caliente. La hogaza pide aceite de oliva virgen extra y
un café con leche, calentito y humeante; pasan los coches; tienen prisa - como
el tribunal del otro día que se reunió casi antes para…- y van escopetados.
Miguel, (Miguel se encarga de la limpieza de la zona) se
empeña en dejar la avenida como una patena. Miguel es ‘culé’. Le doy los
‘buenos días’, le digo que se van a salir de la tabla. Miguel es un tío llano y
lo agradece; todos agradecemos que nos digan cosas bonitas, aunque no sean nuestras.
Monta, en la esquina, cerca de la iglesia, el vendedor de
cupones, el tenderete: un tablero largo, dos sillas - porque junto a él se
sienta su mujer -. No se hablan entre ellos; van a su trabajo. Extienden un
puñado de papelitos garabateados y con números de colores. Todos, todos llevan la suerte. “Pacheco, dame, el
siete”; “Pacheco, el nueve”; “Pacheco, el mío” Y Pacheco atiende y da la
suerte, a todos; la suerte, no se va con ninguno.
Y, la mañana, sigue su curso…
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