Como el aceite mágico que todo lo abre, la Unión General de
Trabajadores, ha hecho tres presuntos ‘arreglos’ en uno: compra material
falsificado - ¿presunto delito? pregunto -; lo adquiere en un país donde el
trabajador no es precisamente sagrado; y, encima, con dinero público que iba
para otro fin.
Según los periódicos el guiso tenía otros condimentos. Usted
lo habrá leído. No le canso ni le abrumo.
No merece la pena ¿Para qué? Si según el guarda que tiene que vigilar la viña
esto es una estrategia mediática contra él u otra pamplina parecida.
¿Se acuerdan? Sí, aquel señor bajito, de voz aflautada, y
tripas sin estrenar… Sí, el que sentía punzadas de patriotismo, y el que por
cierto se murió en su cama… Entonces era yo muy joven, lo recuerdo como un
señor que siempre veía conspiraciones ‘judeo-masónicas promovidas desde las
instancias comunistas internacionales”.
No sé cómo los niños de hoy recordaran a este señor - don Cándido, por nombre – Paradojas de la
vida. Dicen que gusta mucho de los ‘malos’
restaurantes que, por ‘malos’, son caros, y de los relojes (no como los bolsos
de imitación, no por Dios) los buenos, y otras cosas…
Me viene a la mente el chiste de la pareja que, en el bar,
el mozo pide, un plato de jamón de pata negra y, a ésta, le dice, señalándole
al camarero, su novia, le pone un vaso de agua y un palillo. Pepe, le dice la incauta
muchacha que, a mí, también me gusta el jamón, y el pollo – no sé si tenía
dejada la barba- va y contesta. ¡Mira ésta, y a aquel y aquel y a aquel!
Estoy seguro. Don Cándido no lo sabe. No se lo han dicho
nunca. Cuando hay tantas auroras boreales con la luz del día, la vergüenza -
que no se vende en la botica - le dice a
uno por donde debe buscar la puerta; el juez, tiene que indicarle las otras. Ya
me entienden…
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