Mi amiga vive, cerca del mar, donde llegan los alisios
atlánticos. Cuando soplan por la tarde, la ponen - a la tarde- brumosa y con gotitas de
fantasía, o sea, lluvia suspendida en el aire que no es aire sino brisa y que
según dicen los que saben de las cosas de la mar y de los vientos, hacen que
toda la costa norte de la isla de Tenerife, se parezca a Galicia.
Mi amiga vive en Tacoronte. Desde su ventana - bueno, desde un
poco más allá de su ventana - ve el Teide. Oigan. Algo único. Imponente. Según
qué hora, el monte sagrado de los Guanches se torna azulado, violeta, oscuro,
enigmático…
Algunas veces sobresale por encima del mar de nubes, la cumbre,
claro. En los meses de invierno se ve cubierta de nieve. “Todas las canarias
son / como el Teide gigante / fuego en el corazón / y nieve en el semblante”.
Eso dice la copla. Creo que es totalmente cierto.
Hay ocasiones en que el volcán se pone la sombrera. ¿La
sombrera? Sí. Una caperuza de nubes que no va más allá de donde tiene que ir.
Pone una imagen tan diferente, tan premonitoria que entra en juego el refrán de
la tierra: “Cuando el Teide se pone la sombrera / llueve aunque Dios no
quiera”.
Tiene la ventana de mi amiga, además, el don privilegiado de
ver hundirse el sol en la mar océana. Dicen que no se hunde, sino que se va
para América, que está solo un poco más alejada pero que la bruma - bueno la
bruma y la distancia - no permiten que se vea.
Y… ve palmeras y buganvillias y dragos y un valle fértil de
plataneras. Muy fértil. Tanto que le
sobran flores. Por el Corpus las ponen de alfombras…Por el otro lado,
Taganana; enfrente, la mar abierta y
entre espumas de sal leyendas de Guanches.
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