Se llama Francisco y viste de blanco. Ha llegado de un país -
hermosísimo- y muy lejano a una ciudad donde todo es tan barroco, rebuscado y
extraño que algunos hombres mayores visten de púrpura y otros de manera muy
rara.
Este Francisco, en su pueblo, bueno en el pueblo donde
trabajaba, vestía de negro, usaba el metro y calzaba zapatos viejos. De
muchacho - dicen que tenía una brillante carrera por delante - cambió de acera
y va el tío y se hace cura. Pero no cura de ‘misa y olla’. No. Se hace cura de
los de compromiso.
Francisco, como quien no hace nada especial, se ha
entretenido en dejar sin resuello a muchos de los que estaban delante. En la
audiencia - porque Francisco recibe en audiencia a mucha gente - había un
hombre enfermo, muy enfermo, tanto, que dice el periódico que ni se atrevían a
mirarlo. Se acerca a él lo abraza, lo acaricia y lo estrecha contra su pecho.
A eso se le puede llamar como se quiera. Eso es solidaridad
de quien siente el dolor de los demás como el suyo propio. Cantaba Facundo
Cabral - que también era de aquellas tierras - que “hay medio mundo esperando
con una flor en la mano / y la otra mitad del mundo por esa flor esperando”.
Me dice una amiga comprometida con Caritas que hay mucha
gente esperando un gesto de otra gente.
Al igual el nuestro pasa
desapercibido. No importa, si le sirve a alguien de los que suspiran por la
flor…
A Francisco lo han hecho Papa. Ha cambiado Buenos Aires por
Roma, el coche oficial por un utilitario, pide a la gente actos de caridad - no
se asusten dicen que dijo que no voy a pedirles un colecta - “recen por una niña
chiquita que está muy enferma”. La Plaza de San Pedro enmudeció. A éste cómo lo
dejen…
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