A mediados de noviembre, la Serranía, ya está vestida de otoño.
Entre Igualeja y Pujerra el sol gambetea por entre las ramas de los castaños
con las sombras. Se filtra. Llega al suelo alfombrado de hojas secas… Las
figuras parecen que juegan a un ‘pilla-pilla’ infantil donde siempre las atrapa
el tiempo.
El Genal lleva el agua clara, limpia, como recién salida de
las manos de Dios. “Mil gracias derramando / pasó…” Y saben. Marca su ruta. Deja
estandartes de chopos empinados, esbeltos, - algunos ya medio deshojados - vestido de
oro viejo. Los castaños –centenarios, algunos - trepan por la ladera arriba; se
pierden por la cumbre del monte.
Todo es paz y quietud. El día toma corondilla y enfoca la
tarde. Pasa un coche. Lleva un remolque
lleno de perros: cazadores; por un camino suben dos hombres. Por debajo de
Cartajima se eleva una columna de humo blanco. El cielo está azul y muy alto…
Autocares, coches y turistas domingueros – la mayor plaga
que puede caer sobre el campo- invaden las calles de los pueblos. El marketing
deja al descubierto hasta donde llega la estulticia humana. ¿No me creen?
Intenten cruzar Júzcar una tarde de domingo…
Pujerra tiene, aún, parterres con flores, rosas, geranios y
claveles. “Es que todavía, me dice una mujer del pueblo, no ha llegado el
invierno”. Se huele a chimenea, a calor de dentro, a hogar, a misterio.
Cuando aparezca la luna corniveleta y se apatarre sobre
Sierra Bermeja, se habrán ido los pajarillos de los sotos del río, se
alargarán, entrelazándose, las sombras y
el castañar se llenará de ensueño.
¿Qué importa, entonces - díganme - que Microsoft niegue su
interés en cambiar el nombre al Bernabeu? ¿Qué el Consejo Nacional del PSC
avale a Pere Navarro en su apuesta por una consulta pactada con el gobierno o
que la cúpula del PP esté de boda en Sevilla? ¿Qué importa que…? Díganme.
Leo y vivo.
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