Tocaban con lentidud. Como sin prisa. Doblaban a tristezas y
recuerdos. Dos campanadas graves y una aguda: tan, tan, tin; tan, tan, tin… Y
el tin se perdía por el aire, y se iba lejos, muy lejos. A donde no lo
escuchaban los niños. Eran campanas de otro tiempo.
Eran otras las campanas a las que cantó Rosalía –Rosalía de
Castro -. “Campana de mi Lugar / tú me quieres bien de veras / cantantes cuando
nací / llorarás cuando me muera”. Rosalía ponía, en otros versos, dejes de
airiños de misterios, de enigmas, de embrujos y meigas…
De melosas, empalagaban, aquellas campanas – ‘Campanitas de
la aldea- de Jorge Sepúlveda. Hablaba de sueños, de rosales sin rosas y de
nevadas tempraneras. Le pedía a la campana silencio… España estaba sumida,
también, en un sueño que duraba demasiado tiempo. Todo era idílico - en la
canción- claro; la realidad, otra.
Anunciaba Juan Ramón un cielo azul y plácido y pájaros
cantando, y veía su huerto con su árbol verde, y su pozo blanco, y la gente,
otra gente que vendría, de no sabemos dónde, a hacer nuevo el pueblo cada año y
él erraría nostálgico y, “tocarán, - decía- como esta tarde están tocando, /
las campanas del campanario”.
Hay trasiego y ruido en la calle. La gente menuda celebra “jalogüin”;
entre los grandes hay una magnífica cosecha - el año ha sido generoso – de
horteras. Nunca han estado en Norteamérica pero odian a los EE.UU; fuman ‘Malboro’ beben Coca-Cola y visten
Levis de importación. O sea, de los caros, pero hechos, - como debe ser -, por
los chinos. Y, celebran Halloween.
Cuando dejen de joder con el timbre, entornaré los ojos. Soñaré
con aquellas campanas - dos sones graves
y un agudo - que tocaban con lentidud y
llamaban a recuerdo…, porque, como a Barbeito, en “la calle de Las Campanas…/
digo su nombre y me suena / a bronce cada palabra”.
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