En las noches de verano sin luna, al fresco del rancho, mi
abuelo, nos leía el cielo. Las estrellas sobresalían en la oscuridad. Estaban al alcance de la mano y el empedrado
celeste era algo que se nos venía encima y, nosotros, lo creíamos hasta
nuestro.
Aquellas cuatro – nos decía – son ‘el Carro’ y las tres que
van por delante, las mulas. Al niño le costaba ver un carro en aquellas
estrellas y mucho más a unas bestias brillantes que, además, no ‘tiraban’ del
carro como tiran las de aquí abajo.
Mi abuelo no sabía de constelaciones pero si nos decía que
esa mancha blanquecina era “el Camino de Santiago’ y, el niño, que no sabía
dónde estaba Santiago, sí sabía, que tenía que ser algo importante porque asomaba por lo alto del Cerro de la
Fiscala y se perdía por detrás del Sabinal…
Y ¿aquellas, abuelo? Aquellas son las Cabrillas. ¿Ves? Están
juntas, como en piarita. Y el niño miraba y miraba. Veía como unas brillaban
más que otras, y con los ojos, en los que asomaba el sueño, quería alcanzar a
ver lo que estaba tan lejos. ¿Se podrá ir alguna vez a las estrellas? No, eso
–decía mi abuelo- nunca.
Y por la madrugada, cuando venía el lucero, el niño, sabía
que su abuelo se levantaba para echarle la pastura a la yunta, que luego se las
llevaría Paco Reyes a abrir unos surcos largos, y haría una besana, y las
pipitas se comerían, detrás del arado, los bichillos que salían de las entrañas
de la tierra.
Por la tarde, cuando daba de mano, Paco, amarraba el mulo
cano, que se llamaba ‘pajarito’, en una de las argollas de la puerta, lo
aparejaba, el echaba el serón y, en los cujones, ponía cuatro cántaros de
barro. Iba por agua a la fuente de la Zorra. Por el camino, Paco le contaba
muchas cosas al niño, y el niño, siempre, quería ir con Paco, porque Paco que,
era un hombre muy bueno, le enseñaba y le enseñaba...
Pasó el tiempo y el niño supo que otro hombre, que también
era bueno y que se llamaba Manolo, cantaba buscando un carro – otro carro- y, con él, media España. Después la media España
y parte de la otra, buscaban algo más importante que un carro: buscaban su
identidad que también estaba perdida.
Y queda, porque lo dicen los saben de todo esto, que Dubhe – que está en la Osa Mayor, o sea, en
el Carro- es la estrella más cercana al polo norte, que el Lucero del Alba es
el planeta Venus, que Orión no se ve, según que fechas, desde el hemisferio
norte, que las Hyades están en la constelación de Tauro o, que el cielo, en las
noches de verano, es, sencillamente…
Maravilloso símil de un carro para hacer honor a una persona que ha sido querida por el pueblo, que ha cantado multitud de veces sus canciones y ha identificado sus canciones con este país.
ResponderEliminarPepe, precioso relato.