miércoles, 9 de octubre de 2013

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Muchacha...

Tenía el pelo negro, rizado y libre a la brisa de la mañana; caminaba por la acera con paso firme como quien va a un sitio y lo sabe. En sus ojos una mirada furtiva y sugerente y el brillo de quien lleva mucha vida dentro. Me acuerdo del poema de Neruda: “aquí estamos frente a frente, / nos hemos encontrado…”. Pero no, no era ella.

Pasó como pasan las cosas que no se esperan. Su cabellera rubia; el pelo, liso. Desde lejos parecía una de esas sirenas que vienen de los países donde no anochece en verano, o de las que se sientan en las terrazas de una calle cualquiera de Odense cuando el sol del norte… Pero, no, no era ella.

Tenía el rictus de seriedad en los labios y los ojos negros de las mujeres que se escapan de los cuadros de Julio Romero. Parecía un trigo moreno que lo mueve la brisa de abril que espiga, que grana, que lo hacen cruz y lo lucen en los altares del Corpus… Pero no, no era ella.

Antaño pudo llevar un cesto de ropa al cuadril y, de haberla conocido, Juan Ramón, probablemente, la hubiese confundido con una de las muchachas que lavaban en el naranjal…¿Se acuerdan? Sí, cuando se lo cuenta y le habla, también, a Platero del ruido de la noria… Pero no, no era ella


Tomaba el pueblo la normalidad de la mañana que llega a la mediación. Volvía, la gente, como vuelve siempre el viento que se pierde por las esquinas, a sus quehaceres. No había palomas en la fuente, ni viejos sentados a la sombra de los árboles del parque. Busqué, busqué… miré y remiré… Pero, no, ninguna, era ella.

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