Tenía el
pelo negro, rizado y libre a la brisa de la mañana; caminaba por la acera con
paso firme como quien va a un sitio y lo sabe. En sus ojos una mirada furtiva y
sugerente y el brillo de quien lleva mucha vida dentro. Me acuerdo del poema de
Neruda: “aquí estamos frente a frente, / nos hemos encontrado…”. Pero no, no
era ella.
Pasó como
pasan las cosas que no se esperan. Su cabellera rubia; el pelo, liso. Desde
lejos parecía una de esas sirenas que vienen de los países donde no anochece en
verano, o de las que se sientan en las terrazas de una calle cualquiera de
Odense cuando el sol del norte… Pero, no, no era ella.
Tenía el
rictus de seriedad en los labios y los ojos negros de las mujeres que se
escapan de los cuadros de Julio Romero. Parecía un trigo moreno que lo mueve la
brisa de abril que espiga, que grana, que lo hacen cruz y lo lucen en los
altares del Corpus… Pero no, no era ella.
Antaño
pudo llevar un cesto de ropa al cuadril y, de haberla conocido, Juan Ramón,
probablemente, la hubiese confundido con una de las muchachas que lavaban en el
naranjal…¿Se acuerdan? Sí, cuando se lo cuenta y le habla, también, a Platero
del ruido de la noria… Pero no, no era ella
Tomaba el
pueblo la normalidad de la mañana que llega a la mediación. Volvía, la gente,
como vuelve siempre el viento que se pierde por las esquinas, a sus quehaceres.
No había palomas en la fuente, ni viejos sentados a la sombra de los árboles
del parque. Busqué, busqué… miré y remiré… Pero, no, ninguna, era ella.
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