Tendría yo – perdón por hablar de mí -, no más de dieciocho
años y no había llegado a los veinte. Lorenzo Orellana, que me llevo de su mano
al mundo de la literatura, me proporcionó: “Cirios amarillos por Paris”. Autor
Bruce Marsahall.
No sabía entonces
quien era Bruce Masrsall. Luego, pasado el tiempo, supe que había nacido en
Escocia donde la bruma es arte, donde la niebla forma parte esencial del ser
humano - que nace en aquellas tierras - y donde ese aire que sopla por las
noches lleva esencia de misterio en sus silbos.
Supe que con dieciocho años – más o menos la edad con que yo
empecé a leerlo- se convirtió al catolicismo y que, además, fue practicante
hasta su muerte, que le marcó la guerra y que hizo carrera, a pesar de sus
limitaciones físicas en el ejército. No es este el tema.
Hace unos días me enfrasqué con Chesterton. Llamé a mi
‘hermano’ Antonio y se lo dije. Me comentó ¿pero si lo leímos cuando teníamos
veinte años? ¿Has vuelto a él? Le dije que sí. Que estoy perdido, que quiero
asirme a algo… Le dije más cosas...
Bruce Marsall, cuando yo tenía la ilusión de que le mundo
tenía arreglo, me hizo ilusionarme con el mundo obrero de los suburbios de
París. Era un mundo de sueños donde todo - revolución, incluida - podía tener otra salida (como piensa el Papa
Francisco y otórgueme disculpas por el atrevimiento).
Bruce Marsall - “Cirios
amarillos por París”- contaba cosas que cuando uno está en la edad de
los sueños… Pues ya se sabe. Escribió, entonces, algo terrible: “esta tontona
no sabe que tiene la vida de un hombre en sus manos”.
El amor jugaba, como lo juega hoy, el papel de quien manda
en la vida de las personas. ¿Dónde llegaron aquellos mensajes? Muchos años
después, alguien - el que escribe esto por ejemplo - recuerda, después de un día de reencuentro con
amigos, a los que hacía años que no veía
– que hay una tontona que tiene toda la vida de un hombre en sus manos. Y que esto
tiene poco arreglo. ¡Ah! Bruce Marsall
murió hace muchos años.
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