Molinos
de Taramundi. Asturias
Agosto, 7 jueves.
Dios
está en la vera del camino; a pie de calle; en los pájaros que cantan; en las
olas de nácar que vienen a dar a la playa cuando el mar llega al rompeolas;
Dios está en la nieve y el sol que abrasa; Dios está en los ojos de la mujer
bella que te encontramos al revolver de la esquina.
Dios
está en el viento que ulula en las noches de invierno en los aleros del tejado;
en el marco de la ventana, desvencijado, sin saber porqué y cuándo da un
portazo y llama la atención. Dios está en la penumbra de algunos templos a los
que entras porque sí, porque ibas por aquella calle por la que no pensabas
pasar y allí estaba y esperaba…
Dios
está en el niño que llora y muere en Gaza. Dios está en la mujer maltratada,
violada, en la mujer víctima del que abusa de la tiranía del poder y del dinero
y, encima pone cara de gilipollas y engaña a los suyos, a los que creían…Bueno,
ustedes me entienden.
Dios
está en el que viene en la patera, en el que está solo y casi nadie sabe que
está allí, en quien pide porque lo necesita y en el que lo hace y engaña al
corazón sensible que se duele con el dolor de otras personas.
Dios
está en los versos de san Juan de la Cruz – anda que a éste no le dieron leña
los suyos y los adláteres, semidioses que hurgaban en las conciencias inquietas
pero limpias de otros hombres – cuando después de todo dijo: Mil gracias
derramando pasó por estos sotos… Y,
luego, por si alguno tenía alguna duda, dijo
“esta noche cuando sean las doce iré a rezar maitines con Él en cielo”. (La
cita, lo hago de memoria, no es rigurosa, pero en esencia, sí). Dios está en
Romano Guardini cuan proclamó: “Si supiéramos
lo bueno que es Dios, no podríamos sino estallar llenos de alegría durante toda
la vida.”
Dios
está en los caminos: donde nace el río Cuervo en Taracete; donde apunta el sol
por los Lagares o se va por la Contienda, con Encinasola enfrente; en la
Asturias profunda donde, a veces, solo llegamos, los locos que andamos los
caminos y nos encontramos con el agua limpia - la mano de Dios – en los molinos
de Taramundi.
Taramundi
tiene, además, encanto. Valles, montañas, brañas. Por aquí se detuvo el tiempo.
Todo encierra embrujo, misterio… Taramundi tiene también algo excepcional, un
monumento a Manuel Lombardeo, maestro durante cuarenta años. Lo erigieron sus
antiguos alumnos de La Habana a los cuarenta años de su muerte. ¿A qué es algo
insólito? O sea, la mano de Dios.
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