Agosto 1, viernes.
Hay trasiego de gente. Va y
viene. ¿Desde dónde? ¿Hasta dónde? Es la primera noche de feria. Me apoyo en la
barandilla del balcón. Miro y veo. Me acuerdo de los versos del maestro Alcántara.
“La vida es una historia de allá abajo pero aquí no llega la marea”.
Antes, cuando yo era más joven,
los niños, algunos niños, claro, llevaban un globo.
- Papá, papá, cómprame un
globo…
- Con una condición.
- No, no, con una guita…
A veces, un movimiento extraño
hacía que el “muchacho” soltase la cuerda y por aquello de que el aire caliente
pesa menos, aunque él aún no conocía las leches de la física, el globo subía y
subía hasta perderse en la oscuridad del cielo que en las noches de feria las luces
del alumbrado arbitrario e igualitario porque iba de pueblo en pueblo, apagaba
las estrellas. Después, la tragedia estaba servida. Ya no había más globos…
Ahora los tiempos han cambiado.
Frente a mi balcón una familia ha puesto dos mesas largas, como serán sus días,
en espera de que en la bulla de la noche… No los he visto estrenarse. Los
peluches (conejitos, gatitos, perritos…) permanecen quietos, inmóviles. Esperan
una mano que los alcance, unos ojos que los escudriñen. Alguien que se interese
por ellos y dejen de ser mercancía de feria y pasen a ilusión.
Contiguo a las mesas plegables
un muchacho espigado tiene extendidas sobre el suelo un abanico de camisetas de
equipos de deportes de todo el mundo. Es en un decir. Del mundo que yo conozco,
se entiende. La gente, pasa, miran, no se detienen. De pronto se han parado dos
chicas jóvenes. Le han pedido algo. El chaval de pelo ensortijado revuelve la
mercancía. Busca lo que le han pedido. Encuentra un paquete. Lo abre le
despliega una camiseta roja con raya verticales negras…
Un poco más arriba una caseta
con una guirnalda de bombillas, a lo largo, vende pizzas. Hay una cola delante
de la caseta. Esperan que les entreguen el servicio solicitado. Por el
movimiento que tiene la cola, la espera no deber ser larga… Unos se acercan,
otros, se marchan con una caja cuadrada. Hay quienes degustan, allí mismo la
mercancía.
Un bar, calle abajo, ha
colocado, un mostrador metálico rectangular. Sirve en el mostrador a la gente
que permanece de pie. Han puesto una música estridente. Cualquier cosa menos
música; cualquier cosa menos una calidad que invite a parase, a tomar algo, a
compartir el momento.
Desde el balcón he observado un
rato. No ha pasado ninguna mujer con una biznaga, aunque sea agosto, con una
moña en el pelo y los jazmines están en flor…; con un clavel en el
canalillo.
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