Segura de la Sierra. Jaén
Agosto, 16 sábado
Nos vamos, ahora, como para la Sierra. En la lejanía es una mancha gris difuminada en el horizonte. Está ahí. Te esperan sorpresas, bellezas en un lugar recóndito donde el Guadalquivir acaba de nacer. Es tan pequeño que parece un arroyuelo, pero con más agua, entre la frondosidad verde, peñas de capricho y cielos donde en las tardes de verano se columbran nubes de tormenta. A veces, truena y se rajan los sonidos secos que se prolongan hasta perderse. Es un espectáculo. En ocasiones sobrecoge.
Cuando dejes atrás las manchas de olivares que envuelven Torreperogil, Villacarrillo y Villanueva del Arzobispo si vienes desde los cerros de Úbeda (si tienes tiempo, párate. Llégate a donde fay Juan de Yepes, o sea San Juan de la Cruz dijo que aquella noche rezaría maitines en cielo y lo cumplió) y Baeza; si por contrario, tomaste el camino desde la Venta la Nava, antes del Puerteo del Zegrí por donde ya no pasas y por Guadahortuna, cuando dejes tras de ti, Jódar, gira a la derecha.
Llevas camino a la Sierra. Es la Sierra de Cazorla. Aquella que cuando niños cantábamos, en pupitres bipersonales y el maestro - mi maestro don José Oropesa - señalaba con el puntero sobre un mapa de hule ajado y con los ángulos descascarillados: “el río Guadalquivir nace entre las Sierras de Pozo y Cazorla, provincia de Jaén, pasa por Andújar, Montoro, Córdoba y Sevilla y desemboca por Sanlúcar de Barrameda, en la provincia de Cádiz”.
Pues a esa. A esa y a la de Segura, a la de Pozo, y a todo el macizo, que luego, según con quien hables y depares pueden venir piques.
Hablar de la “Sierra de Cazorla” para un foráneo es entender de todo el macizo. Para un lugareño, desde luego que no. Y te dirán que Cazorla solamente son los montes que la rodean: de El Chorro al puerto de las Palomas, y que pasan por el propio pueblo, la Iruela y Burunchel. Quien se lleva la palma te dice sin remilgos, es la Sierra de Segura.
Como en todos sitios no deja de ser rivalidad
entre vecinos, y entre gente que comparten brisas y sofocos, solanos o cierzos,
noches estrelladas y ventiscas, (desde uno u otro lado de estas montañas, que
todo es del color con que se mira) pero, como aquí, de lo que se
trata es de ver y admirar...
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