Era casi media mañana. Aquella
noche probablemente había pernoctado, como tantas otras veces, en Betania, en
casa de Lázaro, Marta y María. En las noches de verano dormían al raso, cerca
de los pozos, en las quebradas, en los abrigos donde pudiesen resguardarse: “el
Hijo del hombre, había dicho, no tiene donde reposar la cabeza”. Era
primavera, mes de Nissan, y aún refrescaba por las madrugadas…
Marta se encargaba de las
menudencias, pero necesarias, habría preparado unos cuencos de leche de cabra,
un puñado de higos secos, dátiles y tortas de pan de cebada porque eran pobres
y que se resquebrajaban con facilidad porque no tenían levadura. Hacían la primera
comida ya bien entrado el día; la otra, entre dos luces, al atardecer.
Betania, que era donde vivían
sus amigos y adonde iba con frecuencia: “si hubieras estado aquí – de lo
que se deduce que allí pasaba tiempo – mi hermano no habría muerto”. Cerca
de Betania está Betfagé, en la parte oriental del Monte de los Olivos, casi a
las puertas de Jerusalén, en el camino que lleva a Jericó.
Es un terreno quebrado, casi
inhóspito, sembrado de higueras, - Jesús maldijo a una que no daba fruto -
donde estuvo asentada la Tribu de Benjamín. Sacaban el agua de los pozos, y pastoreaban
cabras y ovejas. Aprovechaban la leche, su carne y las pieles.
En Betfagé cuenta el evangelio que
escribió San Mateo – bueno, mi amigo Sebastián, como está muy metido en estas
cosas habría dicho, Mateo, a secas, yo como no tengo tanta confianza, le pongo
el ‘san’ delante – el publicano, o sea el que recaudaba impuestos para
el Imperio. Como ahora, esas personas, en aquel tiempo no despertaban ‘simpatías’
entre los que tenían que pagar.
Digo, que cuenta, que Jesús le
dijo a dos de los suyos que se acercasen a la aldea de enfrente y que encontrarían
una burra y un pollino, que la cogiesen y que si alguien les preguntaba que
dijesen que “el Señor los necesita” y esas cosas que sabemos…
Y fueron, y sobre el lomo de la
borriquilla pusieron sus mantos y el Señor se subió porque el Rey de Reyes
entraba en Jerusalén sobre lomos de un animal muy especial en todas las connotaciones
bíblicas. Cortaron ramas de olivos. Es curioso que esos olivos, los que están
al otro lado del torrente del Cedrón, ven cómo Jesús suda sangre la noche del prendimiento,
como asciende a los cielos y ahora les dan sus ramas para aclamarlo, - los niños,
delante: obviaverum - entrando triunfal en Jerusalén.
Las puertas de la Catedral muchos
años después han abierto muy temprano. El órgano -sus notas llenaban la inmensidad
del templo - acompañaban el canto del Salmo: Pueri Hebraeorm / portantes ramos
olivarum,/ Obviaverum Domino / clamantes et dicentes/ Hosanna in excelsis”
(Los niños de los hebreos –
genitivo plural – / llevando ramos de
olivos, / salieron al encuentro del Señor / clamando y diciendo / Hosanna en
las alturas).
Si no fue así, pudo serlo…
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