Hoy nos hemos despertado con una
noticia triste. Ustedes me dirán que con los tiempos que corren ¿cuándo no es Pascua?
Sí, pero no. Hoy ha sido la muerte de Mario Vargas Llosa. Los años, los achaques,
el devenir de la vida dicen que eso puede – es – así. Ya se sabe, pero estas cosas
vienen mal, muy mal siempre.
De entrada, confieso que solo
he leído dos obras – los artículos son otra cosa – de él. La Ciudad y los
Perros y Conversaciones en la Catedral. Mal, muy mal por mi parte, pero
es lo que hay.
Tuve la suerte de estar con él
en dos ocasiones. Una, en 2004. Fue en la Universidad de Verano, Menéndez Pelayo,
en Santander. Era un curso de verano. El apartado en que yo estaba matriculado
era sobre la Lengua Española en la Escuela. Él pronunció la conferencia
inaugural. Nos habló del Arte de contar cuentos. Nos habló, entre otros, de
Cervantes y de Anderssen … Si le digo que aquello era algo de ensueño ¿me
creen?
La segunda vez, en la Puebla
del Río. Morante recibía el título de Hijo Predilecto. Yo, obviamente, no soy
amigo de Morante, pero tuve la suerte de ir de la mano de Barbeito que sí me
tiene – y, yo también a él - en su círculo de amigos. Créanme, también, si les digo que el discurso
de don Mario fue algo de ensueño.
Estuvo más de una hora hablando,
sin papeles, de toros. Contó como su abuelo lo llevaba de la mano a ver las
corridas en su pueblo, en Arequipa y él, de niño veía entre los huecos de la
empalizada porque no tenían dinero para pagar la entrada, lo que se desarrollaba
en el ruedo. Eso no es mal trato animal. De verdad que no, eso – como cuando Morante
da una “media” - es la mano de los ángeles que paran el tiempo.
Su voz pausada, marcando el
tiempo, hacía en la literatura como hacen los maestros en las grandes faenas: parar,
mandar y templar…O sea, gloria bendita que baja de eso que llamamos cielo a la
tierra.
Cuando terminó el acto me
acerqué a estrechar su mano. Felicitarlo era una utopía, como podría ser hablarle
al maestro Alcántara de poesía o a Barbeito de metáforas…
Le dije, don Mario, yo fui
alumno de usted en la Menéndez Pelayo… y ese hombre excepcional me escuchó y me
preguntó mi parecer y me llevó el hilo de la conversación como solo lo hace un
maestro con su alumno al que además de su enseñanza le da su afecto… Descanse
en paz, don Mario, maestro.
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