domingo, 20 de abril de 2025

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Madrugón

 

 



Esta mañana, mientras esperaba la procesión de Jesús Resucitado, me entero que El Madrugón, ha cerrado. Me ecuentro con Manolo. Me lo confirma. En homenaje a algo emblemático perdimitidme que reproduzca este artículo publicado hace más de cinco años, en marzo de 2020

 

                                         EL MADRUGÓN

 

No. No es fiesta. Aunque lo parezca. La Plaza de la Fuentarriba, a media mañana, tiene un gentío que asombra. Bueno, eso de la sombra depende de la hora y de la estación del año. Me explico. En la plaza no hay sombras. El asombro es otra cosa.  Solo las que dan las paredes según vaya el sol de salida o de ocaso. Ni un solo árbol. Un equipo municipal colocó unas palmeras y un vecino -todos sabían quién era- se empeñó en que no. Las secó. A eso se llama constancia. La gente, a media mañana, está de cháchara.

Ahora, tres bares sacan sus mesas y sus sillas al centro de la plaza. La gente se sienta, en las mañanas de invierno, a tomar café, a echar el rato y a arreglar el mundo. Se dice que si se juntan tres de Lucena hacen una nave; si se juntan tres de Cabra ponen en marcha una romería y si se juntan tres de Álora arreglan el mundo. Pues eso.

Cuando el sol, al mediodía, aprieta la gente se arremolina contra la pared, si es tiempo de calor. Si es invierno, se ponen en la acera de enfrente, a la recacha, y allí, dejan que pasen las horas hablando de lo divino y de lo humano. Algunas veces hablan, también, del Madrid y del Barcelona.

El Madrugón es el bar más viejo de la plaza. Allí está el periódico matinal que no se imprime en papel sino en la palabra.  Está regentado por la tercera generación.  Alonso, el abuelo, abría antes de ser de día y cerraba pronto. Después, su yerno, Manolo, prolongó la hora de cierre.

-         Manolo, le preguntaron en una ocasión. ¿Tienes ‘sangre’?

-         Si no tuviera sangre ya me habría muerto, contestó.

 Ahora, los hijos de Manolo – hijo y nuera – le dan un sello diferente en cuanto al horario, pero no en cuanto a la esencia. El Madrugón conserva el sabor añejo de la vieja taberna de pueblo. Es único. No hay otro que tenga un sello tan especial, tan distinto, tan propio.

-         Niño, un Carbonell…

Y el niño, que también se llama Manolo, pone un ‘cuarto’ de eso que algunos llaman ‘néctar divino’.

-         ¿De tapa?

Y larga una letanía de algo que solo se puede tomar allí: ‘chorizo al infierno’, ‘caldito de pintarroja’, ‘sangre con tomates’, ‘arencas’, ‘caballa con cebolla’…





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