Esta mañana, mientras esperaba
la procesión de Jesús Resucitado, me entero que El Madrugón, ha cerrado. Me ecuentro
con Manolo. Me lo confirma. En homenaje a algo emblemático perdimitidme que reproduzca
este artículo publicado hace más de cinco años, en marzo de 2020
EL MADRUGÓN
No. No es fiesta. Aunque lo
parezca. La Plaza de la Fuentarriba, a media mañana, tiene un
gentío que asombra. Bueno, eso de la sombra depende de la hora y de la estación
del año. Me explico. En la plaza no hay sombras. El asombro es otra cosa. Solo las que dan las paredes según vaya el sol
de salida o de ocaso. Ni un solo árbol. Un equipo municipal colocó unas palmeras
y un vecino -todos sabían quién era- se empeñó en que no. Las secó. A eso se
llama constancia. La gente, a media mañana, está de cháchara.
Ahora, tres bares sacan sus
mesas y sus sillas al centro de la plaza. La gente se sienta, en las mañanas de
invierno, a tomar café, a echar el rato y a arreglar el mundo. Se dice que si
se juntan tres de Lucena hacen una nave; si se juntan tres de Cabra ponen en
marcha una romería y si se juntan tres de Álora arreglan el mundo. Pues eso.
Cuando el sol, al mediodía,
aprieta la gente se arremolina contra la pared, si es tiempo de calor. Si es
invierno, se ponen en la acera de enfrente, a la recacha, y allí, dejan
que pasen las horas hablando de lo divino y de lo humano. Algunas veces hablan,
también, del Madrid y del Barcelona.
El Madrugón es el bar más viejo
de la plaza. Allí está el periódico matinal que no se imprime en papel sino en
la palabra. Está regentado por la
tercera generación. Alonso, el abuelo,
abría antes de ser de día y cerraba pronto. Después, su yerno, Manolo, prolongó
la hora de cierre.
-
Manolo, le preguntaron en una ocasión. ¿Tienes
‘sangre’?
-
Si no tuviera sangre ya me habría muerto,
contestó.
Ahora, los hijos de Manolo – hijo y nuera – le
dan un sello diferente en cuanto al horario, pero no en cuanto a la esencia. El
Madrugón conserva el sabor añejo de la vieja taberna de pueblo. Es único. No
hay otro que tenga un sello tan especial, tan distinto, tan propio.
-
Niño, un Carbonell…
Y el niño, que también se llama
Manolo, pone un ‘cuarto’ de eso que algunos llaman ‘néctar divino’.
-
¿De tapa?
Y larga una letanía de algo que
solo se puede tomar allí: ‘chorizo al infierno’, ‘caldito de
pintarroja’, ‘sangre con tomates’, ‘arencas’, ‘caballa con cebolla’…
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