Llueve. Comentarios para todos
los gustos. Aparece la consabida queja; llantos de cofrades – o presuntamente
cofrades – en las Casas de Hermandad, en las puertas de los templos, en cualquiera
de esos lugares donde la gente acude y se concentra para contemplar, para
rezar, para ser espectador o para ser partícipe. Da igual.
Ha caído, por arte de
birlibirloque, un libro en mis manos esta Cuaresma, una obra de Pablo Borrallo
donde analiza la tradición judía en la Semana Santa de Sevilla. El autor,
además de documentado, saca a los ojos de quien se acerca ávido de saber, los
pormenores que nos pasan desapercibidos.
Hay multitud de detalles. Habla
del incienso. Dice que, en el Libro del Éxodo, la Nube de Gloria de día y la
Columna de Fuego de noche descansaban sobre el Tabernáculo. Dios caminaba con
su pueblo, - este es “Mi Pueblo” se dice en las Sagradas Escrituras”- y lo guía
de manera segura. Ambas manifestaciones señalan la presencia de Dios…
Dice Pablo Borrallo que la Nube
de Gloria y la Columna de Fuego eran la garantía plena de que Dios estaba con
los israelitas. Llega incluso a decir que los propios judíos señalaban a la Nube
de Gloria como el polvo que levantaban los pies de Dios en su caminar.
En las procesiones de Semana
Santa el incienso anuncia, de manera simbólica, la presencia de ese polvo que
dice el libro del Éxodo que se levantaba cuando el pueblo deambuló durante
cuarenta años de manera errática por las arenas ardientes, o el que levantaban
los propios pies de Dios.
Hemos visto muchísimas veces
como un grupo de gente menuda mueven de manera incesante y arbitraria los incensarios
que abren la procesión. Nunca había reparado en la profundidad que tiene ese
simbolismo de agitar de un lugar a otro, de manera inconexa, unas ascuas que arden
y del que se eleva al cielo un humo perfumado que genera el incienso que se quema…
Somos peregrinos en este
desierto que llamamos vida. Quizá si abrimos los ojos y miramos como hay que
mirar vamos a ver delante de nosotros el polvo que levantan los pies de Dios…
Quizá no haya que lamentar la presencia de la lluvia. A lo mejor, Dios, ha optado
por presentarse, de la manera que a El le gusta, a su estilo y modo, y nosotros
desconcertados, no nos hemos percatado. Tampoco lo veían los israelitas en el
desierto…
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