Dios
duerme poco. Dios se acuesta tarde. Era aún de madrugada cuando esbozó una
sonrisa y echó mano a la metáfora del maestro Barbeito y se puso a tocar ’el
arpa de la lluvia’. Dejó caer una melodía a modo de gozo suave, lento, dulce y
acompasado sobre la tierra sedienta.
Primero,
un rumor lejano. Luego, más de cerca, un murmullo indefinido. Se incrementaba. Era un graneo sobre la
criba. Dejaba pasar justo las gotas necesarias, una cortina de vaho y seda, un
repiqueteo de plumas de ángeles en los cristales de la ventana. Como aquellas
golondrinas de Bécquer que refrenaban el vuelo… ¿Te acuerdas?
Yo me
aposté delante de la ventana. Dejaba correr las horas y mis sueños. ¿Será
posible que alguna vez se cumplan los sueños?
Si en
el Santuario de Flores estuviesen aún mis hermanos los frailes recoletos, un
poco más adelante, la campana pequeña de la espadaña llamaría a oración. Sería
hora de maitines. Esa hora, íntima, embrujada en que dice el alba que ya viene
el día. El Hacho se subió la cogulla porque el día pedía hábito de grandes
solemnidades y asistió a la oración como todas las mañanas, pero ésta de una
manera especial y supo, entonces, que el Creador descendía como ‘lluvia sobre
los campos, como el rocío sobre la tierra’.
Luego,
despacio, se abrió paso la luz. Llovía, ahora con más intensidad. Jarreaba con
ese repiqueteo constante con el que los ángeles demuestran lo aplicados que son
cuando Dios se lo pide.
No era,
pero pudo serlo, como, al principio, cuando Dios separó la luz de las tinieblas
y dijo aquello día y noche, y ‘Día Primero’. No se atrevía a romper del todo.
Lo hizo entreabriendo la puerta con mucho tiento. El cielo tenía color de panza
de rucha nueva; las nubes, de tul tan sutil y tan fino que con solo un suspiro
podrían romperse.
A media
tarde Dios echó el sol un rato al recreo. Fue un recreo corto, casi visto y no
visto porque los gorriones se revolcaban en los charcos y podían resfriarse.
Los mirlos, entre las hojas tupidas de los naranjos que preludian primavera
veían un tintineo de gotas que se descolgaban desde las últimas hojas de las
ramas. Era como llanto de lágrimas de almíbar.
Las
palomas hoy han suspendido el vuelo de la tarde. En el lomo del tejado veían
como todo estaba bajo algo distinto que hacía mucho tiempo que no veían y que
bajaba del cielo. Virote estrenaba un manto nuevo. En el campo se hizo un
silencio profundo, largo, un silencio en el que Dios hablaba a quien quería
parase y escucharlo mientras Él, seguía ‘tocando el arpa de la lluvia’.
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