“Sólo
a una cuarta del cielo
me
han dicho que está Comares
entre
peñas y olivares
y
blanco como un lucero”.
Te han dicho bien. Sube. Es probable que corra la brisa suave y fresca.
Viene del mar…
Comares corona un macizo rocoso. Se ofrece como pincelada blanca que
avienta las nubes desde un nido de águilas, donde el progreso - ¡dichoso
progreso en esta ocasión! - ha puesto su sello a manera de parabólicas y
antenas de telecomunicaciones.
Fue enclave primordial, conjuntamente, con Benthomiz y Zalía. Los textos
nazaríes la citan como Hisn Qumarich. Fortaleza que acoge a la población
civil en caso ataque enemigo.
La gente amable. Me dicen: “si usted quiere pido la llave de la iglesia
para que entre a visitar al Santísimo”. Te ofrecen, por si lo tienes a bien,
comprar vino moscatel, pasas, miel o pipas de almendras…” para los guisos.
Pasea por sus calles angostas y blancas. Reverbera la cal; florecen los
geranios. Párate a leer los paneles donde
te cuentan su historia. Además de instruirte, te sirve para dar un
respiro ante tanta cuesta y ver por dónde vas.
Asómate, cuantas veces puedas, a los miradores que se abren sobre el
precipicio: por la Puerta de Málaga, por el Camino de la Aguada, desde las
almenas del castillo o desde los paredones del cementerio, que cuando yo me
llevé una sorpresa que ni te digo; pero, al fin y al cabo, tampoco es tan raro
que se tiren las cajas de los muertos por las tapias de un cementerio, ¿no
estamos en un pudridero?
Por la calle del Perdón - el nombre y supones bien -, recuerda otros
tiempos, llégate hasta la iglesia. Es antigua mezquita. Se consagró a Santa
María de la Encarnación.
Por la de los Arcos degústate con el sabor del pasado y en la Plaza de los
Verdiales, -un mosaico te lo recuerda- con la pervivencia del tercer estilo,
propio y único y dicen los entendidos que más vivo y dinámico, de la expresión,
por medio de la música, el cante y el baile, de las raíces más profundas.
En no sé qué sitio he leído y te transcribo que “muchos autores “han
querido ver en el zéjel al abuelo natural de los verdiales” y, que aquí,
en Comares, allá por el 862, murió un tal Samuel, solista y director,
portador de la exquisitez musical de Al-Andalus.
Dicen que la mejor Panda era “La Número Uno, de Maroto” que cantó.
“Viva Dios que nunca muere
y si muere,
resucita
Viva Dios
que nunca muere.
Viva la
mujer que tiene
delgada la
cinturita”
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