LAS LEYENDAS DE LA ERMITA DE LA VERA CRUZ
Poco más de media mañana, gente
por la calle. Esquivamos una patineta. Bajaba con un amigo que no vive en Álora.
Los reencuentros dan alegría mutua. El cielo, entolado; las nubes se
columbraban desde El Hacho hacia la Sierra del Valle y luego hacia El Torcal. Después, hacia la parte de Granada…
Mi amigo, ávido estudioso de la
genealogía; amante y conocedor de nuestra pequeña gran Historia. Hablábamos de
inquietudes compartidas. Llegamos, pasado el arranque del Camino Nuevo (más
viejo que su nombre) y nos paramos en la puerta de la iglesia de la Vera Cruz.
Recordamos cuando la abuela de
nuestro común amigo Pillo era la ermitaña. A mí, por no sé qué razón me
gusta llamarla mejor, la ‘santera’ de la ermita. Recuerdo a Gaya Nuyo cuando
hablaba del Santero de San Saturio… No, sé. A uno, a veces, se le ocurren cosas
peregrinas. La madre de Pillo era invidente. Una enfermedad le privó de visión de
niña. Recuerdo a aquellas dos mujeres casi con reverencia. Una, en su ‘oficio’ estaba muy cerca de Dios;
la otra, lo veía desde el interior de su alma y Pillo era mi amigo…
La construcción de la iglesia
se inicio en 1550. Por no sé qué extraña razón (o sí lo sé) han difundido que
la iglesia se construyó con la venta de los moriscos... La cosa es difícil. Se
expulsaron – o sea se vendieron entre 1609 y 1613. Las obras comenzaron casi
sesenta años antes. Entonces, y ahora, eso era mucho tiempo.
Mi abuela (que nació en el
siglo XIX), le comento, me contaba, que a su vez, le habían narrado a ella cuando
era niña, que una vez un hombre salió al campo. Lo persiguió un lobo y se salvó
porque se subió a una encina que había en la puerta de la Vera Cruz…
Las puertas,ahora, están abiertas. Ya
no es ermita y se conoce como iglesia… El Papa pidió que se abriesen las
puertas de los templos. Una manera de invitar a los transeúntes a entrar y...
¿Tú sabes que Isabelita (nombre ficticio) dice que ella cada vez que pasa
entra y se pone delante del Cristo y le reza porque su cara se parece a la de
su Miguel (nombre, obviamente, también, ficticio) que se lo llevó Él
consigo. ¡Qué fe la de esta mujer, Dios mío!
Muchas reformas le han privado de sabor antiguo. La veleta, en ese momento, no
apuntaba al tejado de La Balita.
- No llueve, le dije.
Y no llovió…
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