lunes, 31 de marzo de 2025

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ríos de aguas claras




Con demasiada frecuencia uno se pierde entre sierras solapadas entre sí. Siempre detrás de una, viene otra y otra:  otras veces, anda kilómetros y a la inversa de como corre el río busca ese lugar donde dice la Geografía que nace, y contempla y admira y piensa; en ocasiones, deambula y se encuentra con lecciones de vida en el silencio y en la soledad de campos.

He llegado a los nacimientos del Ebro, majestuoso y único: “El Ebro guarda silencio /al pasar por el Pilar / la Virgen está dormida / no la quiere despertar”; al del Tajo, humilde y discreto en Fuente García, al que se le une el Tragacete que nace con todos los boatos y se queda en afluente.

El Guadalquivir,  del que don Antonio Machado dijo: “Te vi en Cazorla nacer / hoy en Sanlúcar morir. Y que marcó el camino para que llegasen los barcos de vela a Sevilla... En sus orillas olivos, y más olivos… para que no faltase el aceite que las lechuzas tienen que llevar a los velones de Santa María, allá, en la catedral. Barbeito dijo de él que era “memoria del agua”.

El Miño, aflora en el pedregal de Irimia y acalla las voces que dicen que nace un poco más abajo en Fuente de Miña. Las meigas se acurrucan cuando terminan sus servicios de noche en las oquedades de Fonsagrada.

“El Miño lleva la fama; el Sil, el agua”. Y uno recuerda una tarde de abril. El Miño llevaba algo más inconmensurable que el agua. El tren subía lentamente. Bordeaba sus orillas desde León a Sarria. En la Rúa Petín:

- Y tú ¿cómo te llamas?

- Rosa.

_ ¿y tú…?

De los Picos de Urbión viene el Duero, del que, según Gerardo Diego “ya nadie a acompañarte baja / nadie se detiene a oír tu eterna estrofa de agua” y decía, también que molía en sus romances palabras de amor, palabras y a media ladera, San Saturio lo ve irse camino de otras tierras.

Viene el Genil de la nieve al trigo – eso pregonaba Federico – y también nos dijo que iba entre naranjos. Eran los naranjos de Écija y de Palma del Río. Ese río que con el Darro llevan – también lo escribió Federico – “uno llanto y otro, sangre”.

Ahorman al Guadalhorce, Alazores abajo, en la Fuente de los Cien Caños… y se va, como quien no quiere la cosa entre campiñas feraces. En Antequera reza maitines al otro lado de las tapias de los conventos y saluda con un pañuelo de nácar a Álora, la bien cercada que… Y uno piensa que “nuestras vidas son los ríos / que va a dar a la mar / que es el morir…” ¡Qué grande era Jorge Manrique... Eso.

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