Con demasiada frecuencia uno se
pierde entre sierras solapadas entre sí. Siempre detrás de una, viene otra y
otra: otras veces, anda kilómetros y a
la inversa de como corre el río busca ese lugar donde dice la Geografía que
nace, y contempla y admira y piensa; en ocasiones, deambula y se encuentra con lecciones
de vida en el silencio y en la soledad de campos.
He llegado a los nacimientos
del Ebro, majestuoso y único: “El Ebro guarda silencio /al pasar por el Pilar
/ la Virgen está dormida / no la quiere despertar”; al del Tajo, humilde y
discreto en Fuente García, al que se le une el Tragacete que nace con todos los
boatos y se queda en afluente.
El Guadalquivir, del que don Antonio Machado dijo: “Te vi en
Cazorla nacer / hoy en Sanlúcar morir. Y que marcó el camino para que llegasen
los barcos de vela a Sevilla... En sus orillas olivos, y más olivos… para que
no faltase el aceite que las lechuzas tienen que llevar a los velones de Santa
María, allá, en la catedral. Barbeito dijo de él que era “memoria del agua”.
El Miño, aflora en el pedregal
de Irimia y acalla las voces que dicen que nace un poco más abajo en Fuente de
Miña. Las meigas se acurrucan cuando terminan sus servicios de noche en las oquedades
de Fonsagrada.
“El Miño lleva la fama; el Sil,
el agua”. Y uno recuerda una tarde de abril. El Miño llevaba algo más
inconmensurable que el agua. El tren subía lentamente. Bordeaba sus orillas desde
León a Sarria. En la Rúa Petín:
- Y tú ¿cómo te llamas?
- Rosa.
_ ¿y tú…?
De los Picos de Urbión viene el
Duero, del que, según Gerardo Diego “ya nadie a acompañarte baja / nadie se
detiene a oír tu eterna estrofa de agua” y decía, también que molía en sus
romances palabras de amor, palabras y a media ladera, San Saturio lo ve irse
camino de otras tierras.
Viene el Genil de la nieve al
trigo – eso pregonaba Federico – y también nos dijo que iba entre naranjos.
Eran los naranjos de Écija y de Palma del Río. Ese río que con el Darro llevan –
también lo escribió Federico – “uno llanto y otro, sangre”.
Ahorman al Guadalhorce, Alazores
abajo, en la Fuente de los Cien Caños… y se va, como quien no quiere la cosa
entre campiñas feraces. En Antequera reza maitines al otro lado de las tapias
de los conventos y saluda con un pañuelo de nácar a Álora, la bien cercada
que… Y uno piensa que “nuestras vidas son los ríos / que va a dar a la mar /
que es el morir…” ¡Qué grande era Jorge Manrique... Eso.
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