lunes, 17 de marzo de 2025

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Charcos

                                            

 


                         Foto. Andrés García Suárez


Tienen, no sé por qué, mala literatura. Ese, se dice cuando algo va mal y da demasiados tumbos, se mete en todos los charcos…  “Esta noche ha llovido – dice la copla – mañana hay barro pobre del carretero que va con carro… “El barro se formaba cuando la tierra ahíta de agua no se la embebía y la dejaba a flor de su piel parda y áspera y se formaban charcos.

¿Te acuerdas?  Aquel año el agua clara corrió por la realenga. Buscaba la colada y de allí a la cañada y luego al arroyo y, después, al río… Bueno ya se sabe a dónde van los ríos… Jorge Manrique dijo de aquello que era el morir. El poeta además de saber lo que decía lo contaba de una manera sublime, tanto, tanto que ha llegado hasta nuestros días.

 


                                               F. Andrés García Suárez

               

Las tierras de sementera habían hecho su avío y de alguna manera decían que ya estaba bien, que no querían más, que…   Serpenteaba brillando con el sol de la mañana entre las matas de alcaciles nacidas en los bordes del camino, entre los cardos y entre algunos yerbajos de esos que no tienen nombre pero que siempre están para que cuando los seque el verano vengan los jilgueros a picotear en sus semillas. ¿Te acuerdas? El agua clara se había quedado también entre los surcos del trigo que ya levantaba un par de palmos del suelo y empezaba a espigar.

En las lindes había una buena cosecha de jaramagos. Tú solías decir: los jaramagos y las malvas todos los años tienen cosecha. Es verdad. Llegaba su tiempo y aparecían en las lindes y marcaban su territorio, vestidos de florecillas amarillas, diminutas, preciosas. Todavía no habían nacido las amapolas porque esas pinceladas de amor, retoques de hermosura salida de la mano de Dios entre el verde de los campos aparecen cuando está más avanzada la primavera.

 


                                            F. Andrés García Suárez


Aquella mañana el cielo estaba azul. Algunas nubes blancas, coquetas, se acicalaban en los espejos de los charcos antes de seguir su camino. Luego, trasponían por detrás del monte del Cerro del Cura; los olivos se sacudían con la brisa y el campo se rizaba como las mocitas se cepillaban el pelo como si ellas o el campo necesitasen nada para ser más bellos de que ya estaban.

Escribo ahora cuando cae la lluvia. Es una cortina gris. Detrás de ella se ocultan, casi difuminados, los cerros en la lejanía. Allí está El Torcal y el cerro de la Fiscala y los Lentiscares y…, pero ahora. Ahora te aflora el recuerdo y como decía don Antonio Machado “quien habla solo / espera hablar a Dios un día…” Pues eso.



                                        F. Andrés García Suárez


                                              

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