miércoles, 26 de marzo de 2025

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La mujer de las flores amarillas

 


A eso de media mañana se abrió el balcón. Al otro lado de la ventana un hombre, mayor, vestido con una sotana blanca, con la cara abutagada, en una silla de ruedas. Se esforzaba por saludar. A duras penas levantaba el brazo. Le costaba.

La multitud, agolpada, en una plazoleta delante del hospital porque el hombre estaba el balcón de un hospital estalló en gritos de entusiasmo. Aclamaban, gritaban de alegría. Era una manera de exteriorizar el gozo que les salía de dentro.

Alguien empujaba la silla de ruedas. Era un hombre con traje, con corbata, correctamente vestido. El hombre de blanco, el que venía en la silla de ruedas saludaba con su mano derecha. En un momento elevó el pulgar de su mano derecha. No era ningún emperador del circo que perdonaba la vida. No, no. Era la aquiescencia de la gratitud.

El hombre que empujaba la sillita de ruedas le ha dicho algo al oído. Él con la cabeza ha dicho que no. El hombre ha dado un paso hacia atrás. Se ha colocado detrás del anciano vestido de blanco y con la cara abutagada.

Otro hombre también con gafas como el hombre que le dijo algo al oído se ha colocado al otro lado. Esos dos hombres con trajes, camisas azules y corbatas pertenecen a la guardia del pretorio que cuida de él. Esos hombres son las personas que están más cerca de él en una mañana de sol en Roma.

Hay otro hombre. Tiene una cámara. Graba. Perpetua la escena. Dicen que hasta Pio XII a los Papas no se les veía nunca. Ahora, ¡cómo cambian los tiempos! se retrasmiten hasta los detalles más insignificantes. Hay un griterío ensordecedor….

El Papa saluda con su brazo derecho medio levantado. Hace un esfuerzo. Se ve que faltan las fuerzas. El hombre que va a su izquierda, el que parece que lleva la voz cantante, le ha dicho algo al oído. El Papa ha asentido. Ha dicho que sí. Le ha acercado un micrófono.

Habla el Papa. Sobre su pecho reposa un crucifico de grandes dimensiones. La cruz de este hombre no es una cruz como la que llevan otros hombres. En su dedo anular de la mano derecha un anillo. Es el símbolo del poder… Gesticula con las manos mientras salen, entrecortada, las palabras. Ha reconocido, entre el público a alguien. Hay un tiro de cámara. Es una mujer  de alma grande, con aspecto de jubilada; pelo blanco y sonrisa abierta. No cabe de gozo Lleva, envuelto en papel, un ramo de flores. El Papa la ha reconocido. La ha señalado.

- “Y veo a esta señora con las flores amarillas…. ¡Es brava!”.

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