viernes, 15 de noviembre de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Todavía le queda algo a este bisiesto


         


 Para ellos...


 15 de noviembre, viernes. No sé por qué. A lo mejor es que somos muy desagradecidos y no le reconocemos todos los méritos que encierra. Siempre he tenido el tufillo de que los años bisiestos tienen mala leche y peor literatura. A veces cavilo en que esa literatura no tiene nada ver ni con la bondad ni la maldad, simplemente, representan lo que, en esencia, son.

Han ocurrido una serie de acontecimientos este año – de enero a estos finales de noviembre – que a uno le sientan como mal. Se le puede quitar el ‘como’. Sientan mal, simple y llanamente, mal, por suavizar un poco y no dice que les hielan el alma. Pienso en los ancianos que esta noche pasada han muerto en la residencia de Villafranca de Ebro o en aquellos niños pobres – pobres de los de verdad – que veían los dulces al otro lado del cristal del escaparate de la confitería.

- “Niño, no los mires, le dijo una vez, un hombre sin sentimientos, a un niño al que se le iban los ojos – y otras cosas - detrás de lo que había en la vitrina, que esos no son para ti”.

Hoy, aquel niño de entonces, está representado en esos niños que ya no mirarán desde el otro lado de los cristales de la confitería a eso que llamamos vida. Se los ha llevado una riada. La llaman Dana. Deberían llamarla, demonio (o fuego que es donde se mueve en su ambiente). Alguien, por incompetencia profesional, por avaricia de su bolsillo insatisfecho, o por su papanatismo ideológico decidió que no había que limpiar algunos cauces… Esos niños dos hermanos, se llamaban Rubén e Izán.  Dicen que tenían cinco y tres años…

En una ocasión alguien dijo que cuando los niños mueren son angelitos que van al cielo. Angelitos por supuesto que son. Y también es muy cierto que, a sus padres, a su familia, a sus amigos los han condenado al infierno que les toca vivir…

Recuerdo a Cervantes. En el capítulo XVI del Quijote después del apaleamiento que sufren en la venta que el loco cree un castillo encantado, hablan entre ellos. Sancho Panza sentencia:

- “Sin duda, señor, que este es el moro encantado, y debe guardar el tesoro para otros y para nosotros solo nos guarda puñadas y candilazos”. 

Seguro que don Miguel no se molesta si en lugar de ‘moro’ – porque han cambiado los tiempos – ustedes ponen los nombres que crean necesarios…

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