20 de
noviembre, miércoles.- Hoy hemos estado en el estudio de Jaime Rittwagen.
Jaime, tiene una madurez asombrosa. Jaime pinta
El mar esta tarde estaba plácido.
Sobre la Sierra de Mijas unas nubes oscuras, deshilachadas tapaban el sol
dorado. Era el sol propio de los atardeceres de otoño. Nunca está el sol tan
dulce como en los días cortos del otoño. A medida que se acerca el solsticio de
invierno los días se acortan; se alargan las noches. El sol parece que no
quiere irse. En el horizonte se dibujaba un barco de los grandes, de esos que
vemos de lejos pero nunca sabemos ni de dónde vienen ni a dónde van.
Ya, de vuelta a la casa, releo los Pilares
de la Tierra de Kent Follet. Saco la
misma conclusión: a pesar de que todo sale mal, el mundo marcha sin nosotros.
En el último viaje a Madrid, en el Pasadizo de san Ginés, esquina con la calle
del Arenal, encontré, en un librero de viejo, Historias de una taberna
de Antonio Díaz-Cañabate. Llevaba tiempo tras su búsqueda. Me dio una gran
alegría por reencontrar a dos amigos: a la obra y, al autor. En las altas horas
de la madrugada le he vuelto a echar un vistazo. Tiene sabor, esencia, enjundia
y casticismo. Como los vinos buenos -y va de tabernas- hay autores que no
pierden con el tiempo. Puede sonar a tópico. No es el caso. A don Antonio lo
conocí cuando compraba aquellos libros de, a cinco duros, que RTVE puso en
marcha para aficionar al personal a lectura. Yo me las andaba, entonces, por
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