miércoles, 20 de noviembre de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Hoja de otoño

 

 

                            

                                     



 

20 de noviembre, miércoles.- Hoy hemos estado en el estudio de Jaime Rittwagen. Jaime, tiene una madurez asombrosa. Jaime pinta la Málaga de cuando éramos niños. La de calle Compañía con tiendas de quincalla y jabón “Lagarto”, la del cine Duque y la de la gente que iba y venía, por calle Cuarteles, camino de la estación. Nos ha enseñado parte de la exposición que lleva a Barcelona. Mercedes le ha comprado un cuadro: “Un tranvía” para regalárselo, a Eduardo, su marido. “Un tranvía de sol con jardinera”, llamó mi maestro Alcántara, a esos tranvías que orillaban la playa contemplando “en los Baños del Carmen gran combate de sirenas y delfines”. Su maestro César González Ruano, estudiaba tercero de violetas; él, según contaba, entonces, segundo de jazmines; yo, desafortunadamente, sigo suspendiendo en primero de azahares…

 

El mar esta tarde estaba plácido. Sobre la Sierra de Mijas unas nubes oscuras, deshilachadas tapaban el sol dorado. Era el sol propio de los atardeceres de otoño. Nunca está el sol tan dulce como en los días cortos del otoño. A medida que se acerca el solsticio de invierno los días se acortan; se alargan las noches. El sol parece que no quiere irse. En el horizonte se dibujaba un barco de los grandes, de esos que vemos de lejos pero nunca sabemos ni de dónde vienen ni a dónde van.

 

Ya, de vuelta a la casa, releo los Pilares de la Tierra  de Kent Follet. Saco la misma conclusión: a pesar de que todo sale mal, el mundo marcha sin nosotros. En el último viaje a Madrid, en el Pasadizo de san Ginés, esquina con la calle del Arenal, encontré, en un librero de viejo, Historias de una taberna de Antonio Díaz-Cañabate. Llevaba tiempo tras su búsqueda. Me dio una gran alegría por reencontrar a dos amigos: a la obra y, al autor. En las altas horas de la madrugada le he vuelto a echar un vistazo. Tiene sabor, esencia, enjundia y casticismo. Como los vinos buenos -y va de tabernas- hay autores que no pierden con el tiempo. Puede sonar a tópico. No es el caso. A don Antonio lo conocí cuando compraba aquellos libros de, a cinco duros, que RTVE puso en marcha para aficionar al personal a lectura. Yo me las andaba, entonces, por la Escuela Normal. Cinco duros era mucho dinero y uno fue comprándose la colección con el sacrificio propio de quien estaba a la cuarta pregunta.

 

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