7 de noviembre, jueves. De
todas artes, la pintura lo ha tenido difícil para sobrevivir. Ha soportado la
sucesión de los años. La arquitectura aguantó temporales y ventiscas, piquetas,
caprichos y fanatismos; otras - la escultura- sufrió mutilaciones de las que no
siempre pudo salvarse. La escritura sobrevivió en papiros, pergaminos y
bibliotecas. La música es el oxígeno
que, en ocasiones, a uno le hace, renacer por dentro.
El Renacimiento - Miguel Ángel,
Leonardo, Rafael… - fue un hito de una
importancia excepcional. En el XIX, el Romanticismo se acercó a beber en la
fuente del paisaje. Lo trajo al lienzo, lo enmarcó y lo mostró a quien se
acercaba a él con el tinte especial de parte de alma que siempre dejaba el
pintor. Entre el artista y el espectador se genera una corriente que va y
viene.
Llevaron a sus cuadros campos,
bosques, ríos, montes, puentes, aguas bravas, olas, acantilados. Paisajes
urbanos de pueblos perdidos en no se sabe dónde, calles por la que transita
gente, mujeres que sobreviven y llevan problemas – Picasso, Gauguin - y alegrías (Rusiñol, Sorolla…). Cuando lo
exterioriza llena el cuadro de colorido; otros, encerrados en sí mismos se
pierden en la lejanía (Pissarro).
Expresan melancolía, pasión,
sorpresa ante la grandeza de un mundo recortado o en las proximidades y pienso
en los amarillos dorados que solo tienen los girasoles de Van Gogh, porque hay
otros amarillos, pero no son los mismos o en los azules Monet. Invitan a acariciar
los nenúfares del estanque, las florecillas del borde del jardín...
La pintura no se ha quedado en
las tendencias que los artistas han ido superando. Pienso, en nuestros días, en
los paisajes urbanos, minuciosos de Antonio López o en calles donde la
modernidad se impone y se abre paso y nos la muestra Cristóbal Pérez. Pienso en
los atardeceres ocres de Jacques Laulheret, en las rosas ajadas o en las gotas
de agua que bajan por los mosaicos en los patios de vecinos de Leonardo
Fernández; en las plazas primorosas llenas de niños, de soldados en tardes
libres o en el perrillo que corre detrás de la bicicleta de su dueño, que
muestra Rittwagen.
Pienso en todo eso y esta tarde
de otoño veo que la pintura – y todo el arte – nunca ha estado quieto y me
pregunto si ese paisaje del que dijeron Saramago y el maestro Alcántara, no es
un estado de alma…
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