jueves, 7 de noviembre de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El paisaje, estado de alma

 



7 de noviembre, jueves. De todas artes, la pintura lo ha tenido difícil para sobrevivir. Ha soportado la sucesión de los años. La arquitectura aguantó temporales y ventiscas, piquetas, caprichos y fanatismos; otras - la escultura- sufrió mutilaciones de las que no siempre pudo salvarse. La escritura sobrevivió en papiros, pergaminos y bibliotecas.  La música es el oxígeno que, en ocasiones, a uno le hace, renacer por dentro.

El Renacimiento - Miguel Ángel, Leonardo, Rafael…  - fue un hito de una importancia excepcional. En el XIX, el Romanticismo se acercó a beber en la fuente del paisaje. Lo trajo al lienzo, lo enmarcó y lo mostró a quien se acercaba a él con el tinte especial de parte de alma que siempre dejaba el pintor. Entre el artista y el espectador se genera una corriente que va y viene.

Llevaron a sus cuadros campos, bosques, ríos, montes, puentes, aguas bravas, olas, acantilados. Paisajes urbanos de pueblos perdidos en no se sabe dónde, calles por la que transita gente, mujeres que sobreviven y llevan problemas – Picasso, Gauguin -  y alegrías (Rusiñol, Sorolla…). Cuando lo exterioriza llena el cuadro de colorido; otros, encerrados en sí mismos se pierden en la lejanía (Pissarro).

Expresan melancolía, pasión, sorpresa ante la grandeza de un mundo recortado o en las proximidades y pienso en los amarillos dorados que solo tienen los girasoles de Van Gogh, porque hay otros amarillos, pero no son los mismos o en los azules Monet. Invitan a acariciar los nenúfares del estanque, las florecillas del borde del jardín...

La pintura no se ha quedado en las tendencias que los artistas han ido superando. Pienso, en nuestros días, en los paisajes urbanos, minuciosos de Antonio López o en calles donde la modernidad se impone y se abre paso y nos la muestra Cristóbal Pérez. Pienso en los atardeceres ocres de Jacques Laulheret, en las rosas ajadas o en las gotas de agua que bajan por los mosaicos en los patios de vecinos de Leonardo Fernández; en las plazas primorosas llenas de niños, de soldados en tardes libres o en el perrillo que corre detrás de la bicicleta de su dueño, que muestra Rittwagen.

Pienso en todo eso y esta tarde de otoño veo que la pintura – y todo el arte – nunca ha estado quieto y me pregunto si ese paisaje del que dijeron Saramago y el maestro Alcántara, no es un estado de alma…


 

 

 

 

 

 

 

 

 

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