21 de
julio, viernes. Como el amor brujo que canta Antonia Contreras y rompe en
el pellizco por dentro; como el poderío de una malagueña en la voz de Benito
Moreno, como esa luz enigmática, silente, única que caza a la noche que va y
viene por calles de misterio y recovecos, de encanto y ensueños…
De rosa
y nardo la vio Antonio Vergara; de cal y embrujo la ve el río que se siente
parte de ella, de su cielo azul lleno de palomas que bajan a beber a la fuente;
la del Piyaya y el Berbia, y el Cojo de Adelina, y la del maestro zapatero que,
en la Callejuela, hacía las botas con suela de camión y piel de becerro, y no
las rompía ni Dios, y la de la Virgen de Flores - la que nos trajeron de
Encinasola - y la del Señor de las Torres…
Es la
Álora de tantos que, como en los versos, de Juan Ramón se fueron yendo y el
pueblo se hizo nuevo cada año y de ellos, se quedó el recuerdo.
El
castillo – el castillo de las Torres – es el balcón para ver como cada mañana
asoma el sol por los Lagares, “…partío de
muchas viñas, - en otro tiempo - que
estoy queriendo una niña y no me la da su mare” - y, en su recato pregona
que encierra entre sus muros la historia. “Álora, la bien cercada / tú que
estás en par del río…” El río de ella, y tuyo, y mío; el río, nuestro.
Sobresale,
entre la cal, el campanario. Se empina sobre sí mismo, se asombra. Ve cómo
juega al escondite con el caserío blanco disperso, sembrado a voleo entre
huertas de limoneros. No escucha – el río - porque ya no tocan las campanas,
como tocaban antes, ni a gloria, ni al angelus, ni a fuego, ni a muerto.
Álora
de ruiseñores en las riberas y de alondras en los trigos; de jazmines que hacen
biznagas; de poca agua en las fuentes y… lo ve cómo se aleja y en un regate
besa los pies de Pizarra y sigue camino. Ahora lento. No tiene prisa. Saluda a
la Cartima romana con un muñón de castillo sobre una ermita blanca. Remedios en
Virgen y remedio como bálsamo de devotos que acuden, cada año, a cumplir lo que
prometieron.
Y está
ahí y se intuye y no se ve y el río sabe que llega a la mar azul. La mar de
traíñas en las noches de pesca. La mar por donde vinieron fenicios y griegos y
romanos y aquellos que tenían alma de nardo y…. “todo lo ganaron y todo lo
perdieron” La misma mar de Ulises que le mandaba brisas saladas cuando el aire,
de abajo, se llegaba hasta su nacimiento. Y el río como los versos del poeta
nos dice: “Nada os pido. Ni os amo, ni os odio. Con dejarme, / lo que hago por
vosotros, hacer podéis por mí…! Y entonces, se funde en la sal y se queda a la
espera del “concurso entre sirenas y delfines” que siguen con igual pugna como
cuando el maestro Alcántara estudiaba “segundo de jazmines”. El río
tuyo, el mío, el río nuestro.
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