Por
detrás de una tapia asoma un ciprés, (como escapado de Silos). Dentro se
encierra la mística de las monjitas que rezan a esas horas de la madrugada en las
que se para el reloj. Antequera, por donde, todavía, se pide, que salga el sol,
está ahí mismo, en la orilla izquierda del río…
El río
se pierde en la lejanía; se recortan la Peña y las sierras de La Camorra y
Estepa…El río que iba para la campiña feraz y ubérrima, para la sierra Sur de
Sevilla, para donde Dios le había marcado ruta y camino, para… pues no, miren
que no. El río va y se vuelve y le hace un regate a Campillos y como los toros
bravos se arranca de lejos y remata en tablas y como las tablas está bien
puestas, las empitona y le lanza una cornada certera y las abre en dos (a las
tablas de la cordillera, claro) y la caliza se echa a un lado y a otro y
entonces, él, sigiloso, casi con humildad se mete por medio y abre uno de las
hendiduras más asombrosas, más soberbias, y más impresionantes. Se precipita de
piedra en piedra, abajo, el agua. Crea el Desfiladero de los Gaitanes y cuando
sale por El Chorro es un reguero de espuma clara; es un canto entre huertas con
azahares en primavera y almendros floridos en lo más crudo del invierno…
Y sigue,
y va camino de Álora. Y cuando salva las Gambutas y el Desfiladero de los
Gaitanes, a un lado la sierra de la Pizarra; al otro, la de Abdalajís, y… Y la intuye allí, arriba, y el río sabe que es
Álora. Y ella se abre en revoleras y porque es poesía hecha pueblo, porque es
pincelada en ladera que baja del monte – desde El Hacho- al río, porque es
nácar de cal blanca que se ofrece y liba y perfuma y es esencia y aroma y desde
la lejanía, saca el pañuelo y lo invita y lo reclama y lo llama….
Álora
se asoma, como de puntillas, a la vega, y ve cómo corre el río - el Guadalhorce
que aún no se le ha llamado por su nombre- y desde la parte más alta a donde no
llegan las brisas que suben de la mar y se ofrece generosa, pletórica y llena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario