4 de julio, martes. ¿Cuánto
tiempo hace que encendieron las brasas? Acabo de llegar. Dejo el coche en un
descampado frente al mar. Los últimos bañistas recogen los enseres; vienen en
sentido contrario. Me esperan los amigos. Nos saludamos. Echamos a andar por el
paseo Marítimo. Ah, no lo he dicho, estoy en Torremolinos. Ese lugar de pecado entonces,
y confluencia internacional ahora…
¿Cuánto tiempo hace que
encendieron las brasas? Cruzo la carretera; al otro lado, entre el rebalaje y el
paseo, en la arena que aún está caliente por el sol del verano, espaciados y
con las distancias apropiadas, los chiringuitos. Son artilugios artificiales.
Tienen su tiempo y sus clientelas: la del mediodía y si me apuran, ésta, de la
noche.
Ya han caído las sombras
propiciadas por los edificios mastodónticos que han levantado – a ver quién
llega más alto – sobre el rebalaje. Son sombras artificiales; mañana cuando
salga el sol, ellos recibirán, en primicia, sus rayos al apuntar por el
horizonte; verán también cómo van los barcos por la bahía: cruceros, barcos de
cabotaje, lanchas rápidas, aquel
barquito de velas blancas… ¿Adónde van los barquitos de velas blancas que
cruzan la mar serena? ¿Irán a Almería? ¿Irán a Cartagena?
Las sombrillas mitigaron el
calor y ahora, entre el rebalaje y la barca varada, esperan otra vez su razón
de ser. ¿Cuánto tiempo hace que encendieron las brasas?
Es una barca que ya solo navega
tierra adentro. La llenaron de arena. La sembraron de brasas de carbón – ‘carbón
de encina, picón de olivo’ - seco, traspillado y en sus extremos colocaron el
espeto y un pescado de nombre anónimo: ¿un sargo? ¿un pargo? ¿una dorada? que
cuando navegó fue grande
-
Pedro (tiene nombre de apóstol pescador y la
cara curtida) ¿cuándo encendió usted las brasas? Le pregunto
-
Cuando lo mandaron los clarines de la tarde, me
contestó.
El carbón, cuando le llegó el
momento, se puso enrojecido como la cara de la niña que se da el primer baño de mar y brea, de sal… Solo lo conoce el
espetero. Entonces, precisamente entonces, ensartadas como hay que hacerlo
colocó el puñado de sardinas plateadas que anoche navegaban bajo la luz de la
luna. Ellas, las sardinas, decidieron traerse un puñado de plata del cielo para
sazonar con ese sabor único, sensual que solo tienen las sardinas cuando llegan
los meses de verano, o sea, los meses “sin ere’ y han tenido la faena
apropiada en su espeto…
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