Nacimiento instalado en la iglesia de la Vera Cruz. Álora (Málaga)
15 de diciembre, jueves. El
niño, con otros niños, iba por estos días al campo – aún no conocía aquello de
Juan Ramón, “al campo por romero y por amor” – a por aulagas y
arbolinas, por romero y por tomillo, por ramitas de encinas, por pitas, aprendices
de pita, que solo tenían unos centímetros…
El niño, con otros niños, iba a
las carpinterías del pueblo y pedían serrín de la madera que los carpinteros
dejaban caer al suelo y permitían que ellos lo recogiesen… Y hacían también
acopio de virutas que tenían el destino señalado.
El niño, con otros niños, subía
por la jerriza y por el Peñón Gordo y por el Hachuelo y por el Visillo
del Rapagón y buscaban piedrecitas que tenían una configuración rara y que
servían para dar sensación de montañas más naturales que el lugar de donde
ellos habían recogido el arsenal.
El niño, con otros niños
bajaban por la Cuesta del Río y pasaban por debajo del puente de la vía y
bajaban hasta el río, y unas veces allí y otras, al otro lado, cuando pasaban
el palo, buscaban unas chinas diferentes, distintas… Era el encuentro del
arroyo Jévar con el río. El arroyo y el río las traían de no se sabía dónde, y
a la vuelta, buscaban gandinga de las máquinas del tren.
El niño, con otros niños, iba a
la droguería de El Pintor, en la Fuentarriba, en la esquina con la calle de La
Parra o a la del “Tuerto”, frente a la Vera Cruz. El hombre no se llamaría así,
pero era la manera de nombrarlo la gente mayor. Compraban anilina verde y
tintaban el serrín y hacían praderas donde pastaban vacas y un hombre araba el
campo y en un pozo bebían las palomas de escayola…
El niño y otros niños, montaban
un nacimiento en sus casas. Aquellos nacimientos no tenían luz eléctrica, pero
tenían patos que nadaban por un río de papel de plata, y lavanderas y cabras
que ramoneaban en el monte, y un rey malo que vivía en un castillo, y tres
reyes en camellos... Y un portal de Belén, donde a un Niño – que era más
pequeño que ellos – le quitaban el frío un buey y una mula…
Y por unos días, aquel rincón
de la casa – el niño y los otros niños iban y venían de unas casas a otras –
olía a campo, a tomillo, a aulaga… a ilusión.
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