8 de diciembre, jueves. Escribo
una mañana gris de otoño. Llueve. Dicen que para dentro un rato
lloverá más… La borrasca viene desde el Estrecho. El sol, a ratos, entre
nubes dora las cumbres de El Torcal y le pone una dulzura de luz y miel que
solo le regala en momentos determinados del año.
He vuelto hace unos días y en
mi retina aún conservo la imagen de una ciudad medieval. Impera la piedra.
Manda el buen gusto y el silencio al transitar por calles desiertas. El pueblo
se llama Pals. No está junto al mar, pero sí muy cerca. Desde sus murallas, en
el mirador de Pla, veo entre brumas los islotes de las Islas Medas. En la
lejanía se antojan fantasmas que están ahí para asustar a los navegantes
perdidos.
Pals está enclavado en el Bajo
Ampurdán, a tiro de piedra de la Costa Brava y casi a pedir de mano de la
frontera francesa. Cerca de Palafruguell y de Llofriu. Entre el mar y el macizo
donde se enclava hay una llanura pantanosa. Pinos piñoneros y pinos carrascos y
una vegetación mediterránea de olor penetrante y fuerte. Dicen que es famoso el
arroz de Pals fruto de la laguna y del terreno pantanoso que le da nombre, pero
yo no lo he probado.
-
Tienen ustedes buen ‘material’ le digo.
-
Sí, me responde, aunque yo no soy de aquí, soy
de Begur, en el macizo, a cinco kilómetros al sur…
Me da a probar los sabores más
sofisticados de embutidos donde, además del tradicional de Vich, ahora, para
atraer otros posibles ‘pecadores’ lo emborrizan en cebolla, en ajo, en
pimentón, en…
-
Tome, tome, me ofrece, sabiendo que la viña está
libre de guarda.
Compro en La casa dels Fuets
y lo anoto y lo cuento por si alguien quiere pecar como pequé yo… pues eso, ya
sabe el camino.
Luego me pierdo por el pueblo.
Es uno de los pueblos bonitos, bonitos, bonitos de verdad….
Calle del Bebedero (Carrer de l’abeurador). Pals. Gerona
No hay comentarios:
Publicar un comentario