12 de diciembre, lunes. He
vuelto, mejor, volví que es tiempo pasado y porque fue ayer, y el pretérito
perfecto es un pasado en un período de tiempo no acabado, por eso hay que usar
lo que antes se llamaba pretérito indefinido. Bueno, eso nos lo enseñaba don
Andrés que sabía gramática para dar y regalar y más métrica que nadie. Digo,
que ayer, después de mucho tiempo, volví a Antequera.
Era una tarde de diciembre
soleada. La mañana, algo ventosa. El hombre del tiempo dice que estamos en una
espera entre la borrasca que se va y la que aún no ha llegado. Y yo les cuento
que era una tarde preciosa. De esas que se guardan en la retina de los
recuerdos.
Verán. El campo, festoneado por
los trigos que comienzan a nacer y por la yerbecilla de las cunetas, por la que
pugna por salir en las lindes, en los pedregales y quiere dejar constancia de
su mando en plaza. En los charcos se reflejaban las nubes que pasan y van
camino de alguna parte como yo que iba a Antequera.
El arroyo del Aljibe, por el
puente del cortijo del Algarrobo, lleva un chorro de agua turbia; el de las
Piedras, el que nace en los Prados de Eslava, a la sombra de El Torcal,
también. Ese, como la avenida es más larga venía más cargado. Es una gozada ver
que un arroyo saca agua, con los augurios tan malos que teníamos…
Frente al cortijo del Guirrete,
las tierras de secano de Las Cuerdas ya verdeguean. Lo hacen con timidez como
el muchacho cohibido que en los paseos del domingo por la tarde se acercaba a
la muchacha y con voz entrecortada se atrevía a preguntar ¿molesto? Ella no
tenía la voz necesaria para decirle, ¡qué va hombre, si llevaba tanto tiempo
esperándote….!
Han sembrado con plantones de
olivos tiernos los Llanos de La Malena – el nombre apocopado de
Magdalena, convento que daba nombre a todo el contorno hasta la desamortización
de Mendizábal en el siglo XIX – y ahora son campos de cultivo…
Antequera estaba como siempre,
preciosa. Antequera - alguien dijo que es la Florencia de Andalucía- es una ciudad
bellísima, cargada de arte donde apuntan como queriendo alcanzar las alturas y
no lo consiguen nunca las torres de sus iglesias… El cielo, limpio de nubes, mostraba
la intensidad de su celeste de pureza.
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