22 de
diciembre, jueves. Día soleado. Casi impropio del tiempo que dicen
los que saben que tiene que hacer cuando la Nochebuena casi llama a la puerta.
La mañana ha sido monocorde en los mensajes: radios y televisiones se han
puesto de acuerdo para retransmitir todos, el sorteo de la lotería. ¡Qué
pesados! Luego, la euforia desmedida en unos; el desencanto, en otros. El
dinero es necesario, pero cuando la felicidad se busca solo en eso... A lo
mejor es que aparentan más de lo que en realidad es. No sé, no se...
El tiempo, caluroso -casi veinte grados- no está acorde con el que debería hacer por
estas fechas. La lluvia caída la semana pasada hace que verdegueen las lomas de
El Chopo, de Virote, de Panza Burra. El campo despierta precioso. Se asoma con
todo su esplendor. Apuntan los trigos y la yerba crece en las cunetas de las
carreteras, en los bordes de los caminos.
Las
calles están llenas de ruidos. Sale por la puerta de algunos establecimientos
comerciales. Eso no es música de Navidad. Me siento incómodo dentro de tanto
bullicio. Deseo huir. Todo se exterioriza. Hay quien opina que se está más
alegre porque se alborota más. Contrasta con la quietud que hace un rato he
dejado el campo.
Los
árboles de hoja caduca se despojan, poco a poco, de su vestimenta. Ahora sus
ramas son esqueletos por los que se filtra el viento. Espera el renacer en su
ciclo vital.
Un
amigo me ha regalado una edición facísmil de la primera edición de 1605 de El
Quijote. Abro y leo al azar.”... porque has de saber Sancho, si no lo sabes,
que dos cosas solas incitan a amar, que son la mucha hermosura, y la buena
fama...” Pag. 130.
Se
respira crispación en muchos ámbitos de la vida pública. Ojalá en estos días
que dicen de paz se imponga la sensatez, la cordura, ese atisbo de humanidad
que dé cabida a otros, a todos los ‘otros’. No sembremos volver al pasado o, es
que ¿el pasado no se ha ido? ¡Dios mío!
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