Juegan los niños en el
rebalaje. Los que somos de tierra adentro sabemos, que ese es el sitio donde
vienen a morir momentáneamente las olas, porque luego viene otras ¿es la misma
ola que va y viene? ¿es la espuma de nácar que mandan las sirenas para que
todos recordemos que están ahí, desde siempre aunque no las veamos? No lo sé.
Dicen que hay sirenas de río.
Eso debía ser hace mucho tiempo, cuando los ríos llevaban aguas claras y
limpias y esas cosas. Los hombres – casi todo lo que se propone el hombre, lo
consigue – hace mucho tiempo que están empeñados en cargarse a todo bicho
viviente del río, incluido por supuesto, el propio río.
Los niños hacen castillos
preciosos. Esos castillos son tan efímeros como la ilusión del escritor que
anhela que alguien lo lea y que
reconozca su esfuerzo y su comunicación, e incluso su belleza. Es duro. Un
amigo me ha enviado un puñado de páginas de un libro de poemas – no es suyo –
para que le diese mi opinión. No es fácil. Cuando alguien hace que aflore su
intimismo, la intimidad puede ir de la mano, pero no siempre son la misma cosa,
uno no sabe que admirar: el ritmo, la cadencia, el mensaje, la riqueza de
metáforas…
¿Y si no hay eso que se aspira
a encontrar y de pronto está ante un bosque de palabras encadenadas? A lo
mejor, en ese otro rebalaje, una ola puede ser la solución, y como el niño de
la playa, reinicie otra vez la construcción de su castillo, sin proyecto, ni dirección
técnica de la obra, sin la licencia municipal… No sé, no sé.
El que sí parece que anda
construyendo un castillo monumental, es el señor Presidente de Perú. Puede y
debe expresar su malestar por lo que él cree que hicieron mal los españoles en
su país (de lo que habían hecho los nativos anteriores a la llegada de los
conquistadores, mejor no se habla) pero llamándose Castillo y hablando Español…
A lo mejor tiene más que ver con los que llegaron que con los que estaban. Una
norma elemental de educación dice, que hay que respetar siempre al invitado y
si no, pues no se le invita y no pasa nada… Cualquier día, una ola puede llegar
hasta otros rebalajes y, entonces ¡adiós castillos, el de arena y el del
sombrero!
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