Un amigo
me dice que ayer fue la festividad de San Arnulfo, obispo de Metz, y patrono de
los cerveceros. (Sea por siempre bendito y venerado, lo digo por llamarse
Arnulfo, nombre como se ve, corrientísimo
en la guías telefónicas cuando existían; por lo ‘otro’… pues eso.)
Otro
amigo me dice, que hay media España fuera de su sitio habitual. Hay quien ya se
ha refrescado en las playas. En algunas hay más gente que hormigas. Dicen que
separada entre sí. Me creo que los milagros existen. Otras, buscan lugares
recónditos en eso que se llama turismo rural y esas cosas. Ojalá respeten el
campo y cuidadito con encender fuego de manera imprudente.
Este
medio julio que llevamos trillado, ha dejado contentos a unos, disgustadillos,
a otros. En televisión hablan de las estadísticas de ocupación en los hoteles.
Hay para todos los gustos. Algunos están tristes porque no vienen los hijos de
la Gran Bretaña; otros dicen que, para borrachos, en los botellones nocturnos
de algunas ciudades, hay un cupo muy apañado.
Nadie, o
casi nadie está contento. La gente busca en la evasión, o sea fuera de ellos,
una felicidad más utópica que real. Creen que al otro lado de la montaña, los
perros están amarrados con longanizas y los de aquel lado piensan que en los
remojones playeros, está lo que ellos anhelan y buscan.
Hay quien
manifiesta que es lo de siempre: “unos vienen y otros van”. Puede. Es más, es.
No queremos estarnos quietos. Creemos que es más bonita la calle blanca del
pueblo de al lado, que la nuestra, que la pateamos todos los días. Eso de
Cancún, a donde iba la gente de viaje de evasión “a estar tranquilo y a
descansar” como me dijo uno que no sabía situarlo en el mapa y que no le daba
un palo al agua, queda muy lejos.
Es tiempo
de verano. Tiempo, de vacaciones que en buen sentido sería cambiar de actividad
y cargar las pilas. Claro que, estando el patio como está… Ayer leí una cita de
Mario Benedetti. Viene como anillo al dedo: “Madrid se queda vacía, solo
estamos los otros…”
La gente
huye. Es bueno pararse una noche de verano, entre amigos, con un espeto de
sardinas plateadas, y con una enorme devoción a san Arnulfo. Yo lo hice hace
unas noches y hasta me sentó divinamente.
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