miércoles, 14 de julio de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tarde de verano

 

 

 


Caminaron sin rumbo fijo. Ya había gente que paseaba a esas horas de la tarde por las calles de la ciudad. A primeros de mes habían llegado los primeros turistas. Eran gentes con otras caras, otros ojos y otro color del pelo, que ya comenzaba a tostarse. La ciudad daba una imagen diferente a la que había ofrecido hasta solo unos días antes.

Los chiringuitos, entre el paseo marítimo y el rebalaje, mostraban en las vitrinas acristaladas una oferta continuada de productos de la mar: sardinas de plata, boqueroncitos, bichos anaranjados de bigotes largos, pescados grandes con ojos de tontos, besugos pequeños, salmonetes rojos, … Ya no había redes secándose al sol ni, tampoco se saca el copo a esas horas de la tarde cuando se levanta la bruma.

-         ¿Sabe usted, me dijo un día un viejo pescador que usaba la interrogación para afirmarse aún más, que los salmonetes tienen distinto sabor si se pescan a alba, a prima, a nona o a vísperas…?

La tarde anunciaba la llegada de la noche. Eran más largas las sombras. Los bañistas rezagados recogían sus enseres: sombrillas plegables, mesas y sillas de plástico, zapatillas, toallas mal dobladas en una cesta de palma…. Se limpiaban el salitre y la arena con los chorros de agua de las duchas.

Los oasis están en los desiertos. Algunos ayuntamientos han creado oasis artificiales para dar un encanto diferente a las playas. Las palmeras, a esa hora, prolongaban sus copas y empinadas sobre sí mismas  y querían ver eso que nunca vemos porque siempre está un poco más allá del horizonte.

Picoteaban las palomas las migas de pan dejadas por los niños y unos patos buscaban en un regato esos seres casi microscópicos que siempre viven bajo el agua.

Un yate cruzaba la bahía. Desde la lejanía parecía quieto, pero solo era una sensación óptica. Venía de alguna parte, iba a algún puerto que lo estaría esperando para darle amparo y cobijo.

La tarde tenía una luz especial. El maestro Alcántara decía que el paisaje es un estado de alma, y sin saber cómo, surgió el recuerdo de la vieja canción de John Denver, esa canción que habla de sueños que pueden hacerse realidad y de sonrisas que lo dicen todo… El yate seguía su curso y se perdió entre los troncos de las palmeras en la lejanía del mar…

 

 

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