Una mañana de primavera – a Córdoba solo se puede ir en dos estaciones
del año, esa y el otoño – deambulaba por la ciudad. Iba de la mano de esas
cosas que nacen por dentro, o sea, de la intuición de dejarse llevar por las
calles sin ir a ninguna parte ¿o sí se va a algún sitio cuando se anda así? De
pronto, sin esperarlo, en la fachada de la Facultad de Filosofía, me encontré
con el mensaje:
Aquí estamos
los soñadores, /
los
ingenuos, /
los que
aún creemos
en la
fuerza de las palabras.”
-Anónimo –
Después me dejé llevar. Recordé
la Córdoba de esplendor, la Córdoba del Califato donde al poderío militar le
unieron otro, el cultural, el que llegó a todas las tierras. Pensé en aquella
biblioteca que decían, que cuando aún no había aparecido el papel, tenía más de
cien mil volúmenes…
Me vino después al pensamiento la
Córdoba de los Reinos Taifas, o sea la Córdoba de la autodestrucción con las
luchas internas por cotas de poder y riqueza frente a unos reinos emergentes
con un poderío militar inusitado. Contra el perfume de las rosas en las tardes
de primavera, la gente guerrera de corazas y mallas de acero.
Córdoba soñó, como soñaba el río
por donde llegaban las embarcaciones que lo remontaban contra corriente, para
dar en sus orillas junto al puente que habían construido muchos años antes,
otros que habían venido de tierras lejanas: Roma.
Los pueblos necesitan soñadores,
gente a las que mueva el perfume del jazmín, el arrullo de una paloma en el alféizar
de la ventana, el trino de los pájaros que cantan cuando rompe el alba porque
viene el día.
Hombres ingenuos que creen que
los hombres buenos son más, muchos más que los hombres malos, esos que hacen
que sus acciones resuenen como un chino en una lata, a pesar de que su mensaje
está hueco, vacío, carente de sustancia que llene por dentro.
Corren tiempos de desconcierto. A
lo mejor, la palabra está esperando a que algunos hombres se despojen de
prejuicios y de todo lo viejo y la abracen con tanta fuerza, que algunas
recobren todo su sentido, y pienso en Justicia, honradez, paz, solidaridad,
amor… A lo mejor, aquel anónimo que
escribió, eso ya sabía que mucho tiempo después, algunos hombres ingenuos que
todavía no habíamos nacido, ya creíamos en la fuerza de las palabras.
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