“Si el muchacho estuviera aquí…”
Se decía como consuelo el viejo pescador que regresaba a La Habana, con la
mayor captura que había hecho en su vida mientras los tiburones atacaban a
dentelladas y desgarraban la carne fresca de la presa.
El viejo era un pescador derrotado
por los años y por la vida, hacía más de cuarenta días que no pescaba nada y ya
muchos le volvían la espalda. Vivía en una choza, mal comía y se tapaba cuando
el frío de la madrugada arreciaba, con papeles de periódicos. Los fríos del
alma, no tenía con qué tapárselos.
El muchacho, hijo de familia de
pescadores, salió en ocasiones, con él a pescar. Al viejo aún no lo había
abandonado la suerte. Ahora que al viejo se le había puesto el viento en contra,
cuando podía le llevaba algún caldo o café con leche que le proporcionaban en
la cantina.
Acaban de cumplirse los sesenta
años de su partida. Lo encontraron sin vida, por decisión propia, en su casa de
Ketchum en Idaho, Estados Unidos. Su casa estaba en un bosque. Quizá la vida
del escritor que ganó el Pulitzer por el Viejo
y el mar y el Nobel de Literatura por toda su obra, estuvo entre un bosque –
en medio, algunas guerras - y el mar. Muchas sombras, brumas y nieblas que se
levantaban cuando menos se esperaba.
Se tiene de él la idea, de una
vida quizá muy distorsionada. Alguien dijo que lo hicieron héroe porque era una
moda y que en realidad su corresponsalía de guerra estuvo más tiempo entre el
hotel que acogía a la Prensa Internacional y el Chicote en la Gran Vía
madrileña. Mujeres, mucho alcohol y poco pisar el frente… No sé. A veces, entre
el dicho y el hecho, había bastante menos trecho.
Su amistad con Antonio Ordóñez, su
afición a los toros, su vida en algunas ocasiones entre el exceso y el tópico,
hicieron de él un personaje entrañable y muy querido en España, que acaba de
dejar de pasar el aniversario de su muerte sin que casi nadie lo haya
recordado. A lo mejor, es porque como este año tampoco no hay Sanfermines,
nadie se va a sentar en su mesa del café Iruña, ni va a estar con el pañuelo
rojo al cuello en el burladero en la Monumental de Pamplona… ¿O sí?
Otro Ernesto a rememorar. EPD
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