lunes, 5 de julio de 2021

 

 

 

 

                                    


“Si el muchacho estuviera aquí…” Se decía como consuelo el viejo pescador que regresaba a La Habana, con la mayor captura que había hecho en su vida mientras los tiburones atacaban a dentelladas y desgarraban la carne fresca de la presa.

El viejo era un pescador derrotado por los años y por la vida, hacía más de cuarenta días que no pescaba nada y ya muchos le volvían la espalda. Vivía en una choza, mal comía y se tapaba cuando el frío de la madrugada arreciaba, con papeles de periódicos. Los fríos del alma, no tenía con qué tapárselos.

El muchacho, hijo de familia de pescadores, salió en ocasiones, con él a pescar. Al viejo aún no lo había abandonado la suerte. Ahora que al viejo se le había puesto el viento en contra, cuando podía le llevaba algún caldo o café con leche que le proporcionaban en la cantina.

Acaban de cumplirse los sesenta años de su partida. Lo encontraron sin vida, por decisión propia, en su casa de Ketchum en Idaho, Estados Unidos. Su casa estaba en un bosque. Quizá la vida del escritor que ganó el Pulitzer por el Viejo y el mar y el Nobel de Literatura por toda su obra, estuvo entre un bosque – en medio, algunas guerras - y el mar. Muchas sombras, brumas y nieblas que se levantaban cuando menos se esperaba.

Se tiene de él la idea, de una vida quizá muy distorsionada. Alguien dijo que lo hicieron héroe porque era una moda y que en realidad su corresponsalía de guerra estuvo más tiempo entre el hotel que acogía a la Prensa Internacional y el Chicote en la Gran Vía madrileña. Mujeres, mucho alcohol y poco pisar el frente… No sé. A veces, entre el dicho y el hecho, había bastante menos trecho.

Su amistad con Antonio Ordóñez, su afición a los toros, su vida en algunas ocasiones entre el exceso y el tópico, hicieron de él un personaje entrañable y muy querido en España, que acaba de dejar de pasar el aniversario de su muerte sin que casi nadie lo haya recordado. A lo mejor, es porque como este año tampoco no hay Sanfermines, nadie se va a sentar en su mesa del café Iruña, ni va a estar con el pañuelo rojo al cuello en el burladero en la Monumental de Pamplona… ¿O sí?

 

 

 

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