El viajero llegó a la venta a
eso del mediodía. Mejor, más en hora de siesta, o sea, cuando el calor aprieta
más. Fuera, entre las encinas y las paredes de piedra que cercan la dehesa, se
paraba el tiempo. Las jaras traspilladas, los cortafuegos de surcos secos, las
carrascas polvorientas, el pasto agostado; ni un pájaro en el aire…
-
Buenas, ¿podría comer algo?
-
Se puede…
Al viajero le dicen que pase a
un comedor con paredes de piedra negra. Pequeñas ventanas; el suelo con cascajos y
ladrillos rústicos que forman mosaico. En la pared la cabeza de un toro negro, -
negro zahíno -, disecada. La venta está
a orillas de una carretera abandonada porque la autovía marcó la ruta por otro
sendero. Para llegar a la venta hay que salir fuera de lo convencional. El
viajero la conoce de otras veces…
-
¿Qué va a ser?
El viajero pregunta por las
existencias. Le dicen que si le traen la carta. Contesta que no, que quiere
comer lo que da la tierra y pide gazpacho y papas fritas con huevo y chorizo y
un tinto de la casa. Sabe, que el otro, el que dicen que no es, es el mismo
pero triplicado de precio. El vino de la
casa es el que hay que tomar cuando se va de paso.
El camarero tiene figura de
banderillero escapado de la cuadrilla de Manolete…
-
Porque, usted, por un casual, le pregunta el
viajero, se llama Rafael, ¿verdad?
-
No, señor.
-
Ah…Usted perdone…
-
Entonces, José…
-
No señor; Manué para servirle…
-
Claro, hombre, claro…
El viajero le dice que tiene
muy mala memoria, y que no se acuerda de
las cosas, y que por eso lo había olvidado pero solo por fuera, por lo del
nombre, porque por dentro lo recuerda siempre…
Manuel, -Manué, para los amigos – no tiene pinta de gitano pero es enjuto
como un junco de río, la nariz aguileña,
los dedos largos y los ojos saltones, como los ojos de los banderilleros
prestos a tomar el olivo cuando siente el bufido que levanta el albero en los
talones.
El viajero no comió ni bien ni
mal, pero comió. Pagó la cuenta, le dijo a Manué
que hasta otro día y emprendió camino a esa hora en que el sol hace
chiribitas y el ganado, acarrado, busca la sombra.
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