Los dos amigos llegaron hasta
la curva grande, la que está después del puente de piedra, donde anida una
pareja de abubillas, al final del camino
y hace un giro de ciento ochenta grados y busca las curvas de nivel, y hace el
descenso más suave. Los dos amigos se sentaron en un poyete de ladrillos
macizos. El suelo estaba caldeado por el sol de la tarde a pesar de las sombras
de los eucaliptos que orillaban la carretera.
La ciudad se extendía ante
ellos. Sobre el caserío la torre de la catedral se elevaba de manera
sobresaliente. La catedral era un edificio soberbio, enorme. Lo llenaba todo,
bueno, todo el espacio en el que unos cientos de años antes los hombres de
aquel tiempo decidieron que debían levantarla.
A la izquierda de la catedral
coronaba el monte un castillo. Del castillo sobresalían la muralla que lo
circundaba y un bosque de cipreses que le daban un aspecto diferente. Más
abajo, donde terminada la muralla, se levantaba la alcazaba. Era un edificio
restaurado que cantaba su aire oriental.
Al fondo, en la lejanía, se
veía el mar. ¿Cómo creéis, les preguntó un día Lorenzo, cuando subían por la carretera, en otro paseo, de
aquellos paseos largos, que llegaban hasta la Fuente la Reina, que llamaba
Góngora al mar? Hubo un silencio de ignorancia. “Cerúlea tumba”. Los muchachos
no captaron la metáfora, pero hubo uno que no la olvidó y la recuerda muchas
veces…
El mar era una paz lejana y
plana. A veces la luz de Él le daba un tinte especial. Desde aquella lejanía no se percibía ninguno
de los detalles que el mar regala a los que lo miran con los ojos del quien
siempre busca algo. El mar era algo lleno de enigmas… ¿Entonces…?
Por el otro lado, hacia tierra
adentro y encerrada por montañas lejanas se extendía la ciudad. Todo el caserío
era algo compacto, abigarrado. Parecía que los edificios habían perdido una
competición contra sí mismos y contra los otros… Con menos altura que la
catedral, se levantaba el estadio del equipo de futbol de la ciudad. Por aquel
tiempo aún no lo había ahogado el crecimiento desordenado y anárquico…
Los muchachos hablaron de sus
cosas. Inquietudes, zozobras, dudas, sueños que podrían cumplirse. En algunos
momentos se abría un silencio largo…
-
Hermano…
-
¿Qué?
-
No. Nada…
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