lunes, 26 de agosto de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Se equivocó la paloma




Amanecía. Por los cerros de enfrente apareció la luz entre las nubes. Era otra luz. Era la luz  de los momentos especiales. Tenía que ser Él. No había dudas, era Él.  En medio, entre la casa y las montañas que festoneaban horizonte, se había extendido niebla; se difuminaba… Lo llenaba casi todo. Se recortaban las figuras.

Pasó un tren. Hacía mucho tiempo que no sentía el paso de los trenes con ese ruido tan característico, tan propio, tan suyo. La máquina avisaba con el silbato porque se acercaba al paso a nivel…

Aunque él estaba en el campo sabía que en una playa de otro lugar al que no podía ver,  las olas se acercarían con su rumor  monótono hasta el rebalaje y venían a morir en la arena. Las olas, de hecho, nunca mueren. Se van y vienen y vienen y van y así un día y otro, y otro y entonces… ¿Entonces? No hay entonces, es el mar, sencillamente, el mar…, y la mano de Él.

Vio como arrancaban el vuelo las palomas desde el alero del tejado, y por no saber cómo se deslizó como una brizna de brisa que se le posó en la frente, y le vino el recuerdo. Eran los versos de Alberti y recordó a aquella paloma que “Creyó que el mar era el cielo; / que la noche la mañana. / Se equivocoba”. 

Y fue cuando esbozó una sonrisa. Esa media sonrisa que deja entreabierta una comisura en los labios, como un desliz inoportuno que se impone a pesar de todo. Una sonrisa cómplice consigo mismo. Afloraban más recuerdos: “Por ir el al Norte, fue al Sur. / Creyó que el trigo era agua. / Se equivocaba”.

En el cielo se abría paso la luz. La nubes tomaron un color de barniz desleído, como aguado. A algún angelito, aquella mañana, se le pudo haber derramando el cubo de añil y le echó agua para que no se notase mucho y pensó: “que tu falda era tu blusa; /que tu corazón su casa. / Se equivocaba”.

 Y fue, precisamente entonces, cuando se agolparon: estrellas, rocío, calor, nevada, orilla, cumbre, rama…Él.

“Se equivocó la paloma. / Se equivocaba”. ¿Adónde iban las palomas de su casa? ¿También éstas se equivocaban? A lo mejor, no; seguro, detrás de todo, estaba Él.




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