El bosque era un anfiteatro
incrustado en un espacio cúbico muy profundo y oscuro. No entraba la luz nunca.
En los días soleados y claros, tampoco.
Entre las ramas de los árboles donde revoleaban las mariposas quería filtrarse la luz pero se quedaba en el pespunteo de
encaje de sus orillas. Nunca conseguía
llegar a lo más hondo. El bosque era un enigma deseado, anhelado y temido. Su
profundidad le daba un hálito de
misterio insondable. A veces, cuando arreciaba el viento, en noches de pasión, entre
las ramas de los árboles se oía una música de arpa que tocaban unas manos
lejanas e invisibles.
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