Era un muchacho espigado y
apuesto – el no lo cuenta, pero yo lo sé – que levantaba suspiros. Destacaba entre los mozos del pueblo. Las
faenas del campo, la ocupación temporal en la búsqueda del jornal el quehacer
diario, el horizonte cercano; la emigración como punto marcado que,
indefectiblemente, estaba señalada para más tarde o más temprano para después.
Con las primera luces del alba
– o quizá aún no estaba la luz del sol en el horizonte – cuenta que, a lomos de caballerías, un grupo de muchachos
enfiló el camino de Fregenal. Desde allí un autobús de línea a Sevilla.
Deambulan por la ciudad, luego, el tranvía de la Puebla…; después, el camino
hasta el tajo.
Era otro campo diferente a la
dehesa de encinas y muros de piedra que él había dejado en el pueblo. Era un
campo abierto; cielo infinito; llanura de suelo y de cielo donde se perdía la
vista. El nuevo cultivo del arroz llamaba mano de obra temporera. Buscaban un
jornal superior al que dejaban en el pueblo. La necesidad apretaba; la
injusticia, también. Dicen que era lo que había...
Pasan momentos duros. No hay
trabajo; no hay dinero. Se duerme en un corralón bajo la luz de las estrellas,
las mismas estrellas de las noches del pueblo, “estrellita marinera/ que vas caminando al norte / dime si podré
llegara / a Encinasola esta noche”. No, esta noche, precisamente, no.
Alumbran
la necesidad apremiante de quien tiene que buscarse el sustento.
Pasan por diferentes ‘oficios’.
Todos, marcados por la dureza. Todos, tienen la esperanza y el anhelo de llevar
un dinerillo a la madre que espera, a la casa dura que tiene que echar por
delante unos meses, los que vendrán cuando llegue lo peor del invierno, y el
poco trabajo escasee aún más…
La Tertulia del Duque es una
tertulia sevillana donde se reúne gente que escribe y afloran experiencias. A esa
tertulia - que edita su pequeña obra
literaria – acude José María Santos. José María narra sus vivencias en una
exposición magnífica: “La isla del arroz”. La suerte ha puesto un ejemplar en
mis manos…
José María que, escribe muy
bien, puntualiza con tanto detalle aquellas vivencias de volantón que daba la
primera volada lejos del pueblo en los campos de la marisma, que he creído oportuno dedicarle
estas líneas de reconocimiento.
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