Todo está en calma; baja el sol
que no se ve hacia su ocaso. Tarde de brisas suaves, sol y olas de nácar. Van y
vienen. Un suspiro robado a hurtadillas; un anhelo incontenido; un hálito que sale del alma… Tarde de agosto azul. Desde tierra ven cómo cielo y horizonte
beben la misa paleta placentera. Es un azul que juega a mostrar todos sus
matices. Los posibles y los otros. Calor
y espuma sin gaviota. Sabor a
versos del Maestro Alcántara… “la aventura pequeña de ese barco / que hace
su travesía por un charco/ sabiendo que a babor nadie contesta”.
En la lejanía un velero. ¿De
dónde viene el barco velero que cruza la mar por la lejanía? ¿Adónde van los
barcos que vemos mimetizados con eso que
llamamos horizonte? Juan Mostazo y
Oliva, sí lo sabían. Según ellos, de Cádiz,
cruzaba la bahía y no llegaba al Puerto, Puerto de Santa María. Sí, sí el
Puerto de Alberti y de don Pedro Muñoz Seca y de Fernán Caballero y de Joaquín,
el Puerto donde había estudiado Juan
Ramón y veía la playa desde su ventana…
Iban a más los maestros en la
copla – por cierto 1938, o sea, ayer tarde – y hasta sabían el destino. Había
un poco de desacuerdos, eso sí, porque según unos iba para Cartagena y otros,
le acortaban camino y lo dejaban en Almería. Cuestión de rima… ya ven…
La copla – Carceleras del
Puerto – la han cantado todas las grandes. Todas. Imperio Argentina, Doña Concha, Rocío Jurado,
Antoñita Peñuelas, y hasta Sara Montiel,
que la verdad por delante, Sara lo que se dice cantar, cantar pues… eso. De
todas, yo me quedo con la voz de Pasión Vega. Es la voz sutil como el vuelo de
una mariposa, aterciopelada como la brisa que empuja la vela de ese barquito velero
que va por la bahía, como un regalo de Dios en medio de la tarde.
Tarde de azul y nácar; sabor salino y marinero… Marilina estaba allí.
Yo, me apropié de su foto…
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